Condiciones personales de la actualización de la revelación


La actualización de la revelación supone poner en movimiento todas las capacidades del sujeto y una disponibilidad de acogerla, tanto en el sujeto social que es la Iglesia como en el sujeto individual.

La revelación es notificar algo exterior que suscita un eco en el interior, que influye en el pensamiento, en los sentimientos y las acciones. Esa palabra de Dios exterior acompañada por la acción del Espíritu, oferta y promesa, don y exigencia, reclama una respuesta total, actuando conforme a los mandamientos dados por la persona de Cristo, permaneciendo en su amor y sobre todo, morando junto a Él.

Todas las mediaciones de la Iglesia están orientadas en este sentido, en ser puente de comunicación entre Dios y los hombres, porque el cristianismo ha sido primeramente un hecho de experiencia y está esencialmente ordenado a generar una experiencia y entre esos hechos primeros y estas reflexiones segundas, entre aquella historia y este dogma hay una realidad mediadora, una comunidad que celebra la fe a la vez que recuerda sus orígenes, que hace sentir al hombre superior a sí mismo y “superior al destino que pesa sobre los humanos: la angustia de la finitud, la pesadumbre de la culpa, la certidumbre de la muerte”.

La actualización de la revelación en la Iglesia se ha realizado a través de la tradición, en los dogmas, en el magisterio, pero sobre todo en el hacer y el vivir de la verdad por parte de todos lo creyentes que hace visible y transparente esa verdad, es decir la permanencia en la verdad y en el amor es por el conocimiento y por la praxis.

“La iglesia actual y actuante, en culto y en cultura, en palabra y en pensamiento vivo, en presencia y solidaridad vivas, preexistiendo con los hombres y a favor de los hombres como existió Jesús de Nazaret, es el órgano actualizador de la revelación de Dios para todos” (p.346)

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