Integrar la muerte

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Integrar la muerte

La muerte no se puede dominar, pero si se puede integrar. Todos conocemos que vamos a morir, pero no el cuándo ni el cómo. A pesar del conocimiento de que la muerte es segura, no se puede absolutizar, porque la vida sería un tormento, ni tampoco trivializar porque el miedo se instalaría en él desconfiando del futuro.
El hombre quiere en su interior no morir, pero no anhela perdurar como es ese momento es, sino que quiere ser transformado, porque la vida lleva en su interior una doble necesidad: la de continuidad y la de innovación. La continuidad puede nacer de su propia realidad, mientras que la innovación la espera de otro, quedando la felicidad por tanto a merced de ese otro que nos saca de la soledad y nos abre al crecimiento y la compañía.
Por consiguiente, la primera actitud es aceptar la propia muerte y la muerte de los seres queridos, lo que supone que aunque se integre, sigue produciendo desolación y vacío, aunque comprendamos que no podemos convertirnos en dueños de la persona muerta, porque la vida solo es de Dios.
Al comprender esto se puede sentir consuelo, que no significa no sentir dolor, pero sí ayuda a aligerarlo y conociendo la fidelidad de Dios con los hombres que por amor muere pero también resucita, el hombre puede sentir esperanza y de esa esperanza nace la oración.
La oración por el prójimo muerto tiene un doble sentido:

1. La solidaridad universal entre los humanos que no queda limitada por la muerte, porque su destino está inconcluso mientras los vivos le recuerden con amor y supliquen a Dios por ellos

2. La soberanía de Dios sobre todos los hombres, a los que nos ha creado hermanos y querido interdependientes, porque estamos encomendados los unos a los otros.


¿Esto significa que los muertos pueden cuidar de los vivos? Los católicos lo afirman sí la persona muerta es santa.
Dios nos encarga a unos de otros, y por tanto Él recoge el amor, la oración y la entrega de unos por otros. Porque la máxima gloria del hombre es que puede ser salvador del prójimo.
Olegario González de Cardedal afirma:

Ni la muerte ni el hombre tienen la última palabra. Esta la tiene quien tuvo la primera: Dios. Por eso es posible la esperanza y tiene sentido la oración, y uno se consuela deprecativa y esperanzadamente ante la muerte del prójimo (75).



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