Pensar la muerte desde el cristianismo
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Pensar la muerte. Hay que dar el consentimiento de la propia muerte y la de los demás cuando se comprende que no depende del hombre sino del Dios creador, que no es lejano sino que ha probado esa muerte y la ha compartido con los hombres, por su existencia en el mundo y siendo solidario con ellos hasta ese extremo.
Por eso la muerte no es desconocida para Dios porque es la muerte del Hijo de Dios, que “afecta al Padre en sus entrañas”. La encarnación de Dios y la muerte del hombre están íntimamente ligadas, porque la encarnación se encamina a la muerte y la muerte del hombre se encamina a la resurrección, vivida ya por Cristo. Ya hay una alternativa para el cristiano por esa resurrección y así la muerte no se convierte en la última palabra.
¿Pero es consentimiento o asentimiento? El asentimiento es acto de la inteligencia y el consentimiento de la voluntad. Hay que consentir la propia muerte, porque la vida es un don gratuito de Dios, y al olvidar ese origen, el hombre se eleva a sí mismo a origen temporal y ontológico y proyectan su existencia como dominio del mundo como si este no tuviera dueño (pecado original), tomando la vida como posición propia y la muerte como violencia exterior. Olegario González de Cardedal se pregunta cómo es posible que quién no tiene fundamento en sí mismo, no se admire de su propia existencia.
Para el creyente, la vida y la muerte son una posibilidad otorgada como responsabilidad. Y esto lleva a la esperanza porque la acepta como voluntad de Dios de forma libre. Y de esta forma consiente la muerte por ser su existencia un don de Dios, entendiendo la vida como obediencia y gracia y la muerte también como obediencia y gracia.
El teólogo relaciona creación y muerte, y pensar la muerte “es remitir a una historia en la que Dios ha revelado su amor y lo ha llevado hasta el encuentro con la muerte de los humanos, padeciéndola y transformándola”.
Pensar la muerte. Hay que dar el consentimiento de la propia muerte y la de los demás cuando se comprende que no depende del hombre sino del Dios creador, que no es lejano sino que ha probado esa muerte y la ha compartido con los hombres, por su existencia en el mundo y siendo solidario con ellos hasta ese extremo.
Por eso la muerte no es desconocida para Dios porque es la muerte del Hijo de Dios, que “afecta al Padre en sus entrañas”. La encarnación de Dios y la muerte del hombre están íntimamente ligadas, porque la encarnación se encamina a la muerte y la muerte del hombre se encamina a la resurrección, vivida ya por Cristo. Ya hay una alternativa para el cristiano por esa resurrección y así la muerte no se convierte en la última palabra.
¿Pero es consentimiento o asentimiento? El asentimiento es acto de la inteligencia y el consentimiento de la voluntad. Hay que consentir la propia muerte, porque la vida es un don gratuito de Dios, y al olvidar ese origen, el hombre se eleva a sí mismo a origen temporal y ontológico y proyectan su existencia como dominio del mundo como si este no tuviera dueño (pecado original), tomando la vida como posición propia y la muerte como violencia exterior. Olegario González de Cardedal se pregunta cómo es posible que quién no tiene fundamento en sí mismo, no se admire de su propia existencia.
Para el creyente, la vida y la muerte son una posibilidad otorgada como responsabilidad. Y esto lleva a la esperanza porque la acepta como voluntad de Dios de forma libre. Y de esta forma consiente la muerte por ser su existencia un don de Dios, entendiendo la vida como obediencia y gracia y la muerte también como obediencia y gracia.
El teólogo relaciona creación y muerte, y pensar la muerte “es remitir a una historia en la que Dios ha revelado su amor y lo ha llevado hasta el encuentro con la muerte de los humanos, padeciéndola y transformándola”.
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