Cristianismo y mística




En la historia del pensamiento occidental existen dos tradiciones: un llamada canónica cuyas características esenciales serían: sistemática, espacial, estática, demostrativa, lógica, apática, racional, con definiciones y conceptos rigurosos (Santo Tomás); y otra más creativa, de pensamiento fragmentario, creador, temporal, dinámica, inventiva, poética, musical (San Juan de la Cruz). Las dos tradiciones están presentes en la teología.
Olegario González de Cardedal ha usado las dos: sus múltiples libros representarían la primera y sus artículos de opinión en prensa nacional, así como muchas de las metáforas usadas y algunas oraciones creadas por él representarían la segunda.
El libro “Cristianismo y mística” tiene una característica diferencial respecto a otros de los escritos por él, porque se clasificaría como sistemático, ordenado, con múltiples definiciones, desarrollando la evolución histórica de la mística desde el origen hasta el momento actual, analizando su estructura, pero el tema que trata es precisamente esa experiencia mística expresada de forma creativa, con poesía, y símbolos, expresando los sentimientos de los hombres que han recibido el don de Dios. Por tanto este libro une la dos tradiciones ya que la forma es la de la teología sistemática pero el contenido es sobre esa experiencia vivida, sentida, padecida por ellos y relatada como acción de gracias a Dios y en beneficio de los hombres
Este libro es oportuno y muy actual por ser un tema primordial en la sociedad presente. Julio Yufera escribe:
A pesar del proceso de secularización y de laicidad que trajo consigo la modernidad y, más aún, su deslegitimación posterior, acontecida sobre todo en los países occidentales; a pesar de que, en la era de la técnica, lo sagrado ya no parece ser lo trascendente, sino la tecnología, y que el sentido de la existencia parece no buscarse en el más allá ni dentro del corazón humano, sino en los instrumentos que el hombre ha fabricado y que apenas controla (Jonas, 2001); a pesar de que parece que quien decide qué se ha de hacer, qué es lo correcto y lo justo, ya no es ni la religión, ni el hombre (Alcoberro, 2003), sino la sofisticación de una maquinaria tecnológica que parece configurarnos y al mismo tiempo desconfigurarnos, haciéndonos vulnerables por la potencia de su propia autonomía; a pesar de todo ello, el siglo XX y nuestro siglo son, paradójicamente, los que más atención han prestado a la experiencia mística.
El auge de las sectas, de la espiritualidad difusa, el empleo de técnicas de autoayuda espiritual confirman esa aseveración.



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