Ciencia y religión .Plantinga

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Enrique Moros recesiona  la obra de Alvin PLANTINGA, Where the Conflict Really Lies. Science, Religion,and Naturalism, New York: Oxford University Press USA, 2011. en SCRIPTA THEOLOGICA / VOL. 47 / 2015 

Afirma Moros que este autor ha transformado el modo de hacer teología natural y ha dado una gran  altura a la apologética en inglés.

Parte su estudio de la afirmación  de que hay conflicto entre las ciencias positivas y la religión sobre todo entre los llamados nuevos ateos, en especial Dawkins y a Dennett, con quien ha discutido públicamente (Science and Religion: Are They Compatible?, Oxford: Oxford University Press, 2010), a Draper y Kitcher. 

Se propone buscar donde existe el conflicto porque conociendo el lugar de ese conflicto se podrá saber si es real o supuesto, superficial o profundo. Si es real y profundo la ciencia y la religión serían incompatibles; mientras que así es aparente y superficial se trataría de eliminarlo para mostrar la coherencia entre religión y ciencia.

Hay que mostrar que  :
  1. dentro de la teoría de la evolución no hay impedimento que impuida la providencia divina
  2. que la evolución no implica la existencia de un mal que haga imposible la existencia de un Dios bueno
  3. que la necesidad inherente a las leyes científicas no  anula la libertad de los hombres.

Demostrado esto se argumenta que la ciencia no implica la inexistencia de un Dios sabio bueno y todopoderoso. 

El conflicto profundo y real se da entre la ciencia y el naturalismo ( filosofía que niega la existencia de Dios) y entre el naturalismo y el teísmo.

Según Plantinga, "el naturalismo cumple una de las principales funciones de una religión: ofrece una narrativa maestra que responde a las preguntas profundamente humanas y sumamente importantes. Kant identifica tres grandes cuestiones para los hombres: ¿Hay tal persona como Dios? ¿Tienen los seres humanos una libertad significativa? ¿Qué podemos esperar los hombres después de la muerte? 
El naturalismo ofrece una respuesta a estas preguntas: no hay Dios, no hay inmortalidad y la defensa de una libertad genuina es, como mucho, incierta o dudosa. El naturalismo nos dice lo que en definitiva es la realidad, dónde encajamos los seres humanos en el universo, cómo nos relacionamos con las demás criaturas y cómo ocurrirá lo que llegaremos a ser. El naturalismo entra, por tanto, en competición con las grandes religiones teístas: incluso si no es él mismo una religión, juega uno de sus principales papeles. De tal modo que podemos denominarlo como una “quasi-religion”" (p. 311).

A continuación analiza las supuestas demostraciones científicas de Dios: 

el ajuste fino de las constantes cosmológicas que permite la existencia de los hombres en la tierra supone una prueba de una inteligencia ordenadora del cosmos y el diseño inteligente, según el cual, la evolución supone necesariamente diseño e inteligencia, al menos para determinadas estructuras de los seres vivos. Pero el balance no es positivo: «¿no podría decir algo más definitivo y excitante? Bien, me gustaría mucho; pero mi trabajo aquí es decir la pura verdad, sea o no interesante. Esta obligación puede algunas veces interferir con el contar una buena historia; pero ¿qué puedo decir? Ésta es exactamente la vida de la filosofía... esto es lo que hay» (p. 264).

En cambio, Plantinga ve una profunda concordia entre la ciencia y el teísmo.

 «Con respecto a las leyes de la naturaleza, por tanto, hay al menos tres modos en los que el teísmo es hospitalario para la ciencia y su éxito, tres modos en los que hay una profunda concordia entre la religión teísta y la ciencia. Primero, la ciencia requiere regularidad, predictibilidad y constancia; requiere que nuestro mundo discurra conforme a leyes... Segundo, no sólo debe nuestro mundo de hecho manifestar un comportamiento regular y legalizado: para que la ciencia florezca, los científicos y también las demás personas deben creerlo... Tercero, el teísmo nos capacita para entender la necesidad o inevitabilidad o inviolabilidad de la ley natural: esta necesidad es explicada y entendida en término de la diferencia entre el poder divino y el poder de las criaturas finitas» (pp. 282-283). 

Pero no acaba ahí la relación mutuamente positiva entre teísmo y ciencia natural: 
«otra, y quizá menos obvia, condición para el éxito de la ciencia tiene que ver con el modo de aprender de la experiencia... De acuerdo al teísmo, Dios nos ha creado de tal modo que razonamos de modo inductivo; Él ha creado nuestro mundo de tal forma que el razonamiento inductivo sea exitoso. Ésta es una manifestación de la profunda concordia entre el teísmo y la ciencia» (pp. 292 y 296) 
Y finalmente, «el teísmo con su doctrina de la imago dei, por otro lado, es relevante... Dios nos ha creado a nosotros y a nuestro mundo de tal modo que se da la adequatio intellectus ad rem. Estamos así constituidos de modo que nuestro éxito intelectual exige que el mundo sea relativamente simple. Eso cuadra sólo con el teísmo» (pp. 298-299).

Y así llegamos al argumento fundamental: 

«Arguyo que hay un conflicto profundo e irremediable entre el naturalismo y la evolución –y por tanto entre el naturalismo y la ciencia moderna–... El conflicto en cuestión no es que ambos no puedan ser verdaderos (el conflicto no consiste en que haya una contradicción entre ellos); es más bien que uno no puede realmente aceptar ambos... Pretendo argüir que nadie puede realmente creer a la vez el naturalismo y la teoría científica de la evolución. Si mi argumento es bueno, de él se sigue que hay un profundo y serio conflicto entre el naturalismo y la evolución, y por tanto un conflicto profundo entre el naturalismo y la ciencia» (pp. 309-310). 

Y la prueba, formulada con lenguaje natural, se expresa del siguiente modo: 

«Mi argumento se centra en nuestras facultades cognoscitivas... Mi argumento concierne a la fiabilidad de estas facultades cognoscitivas... Ahora supón que eres naturalista, piensas que no hay tal persona como Dios, y que nosotros y nuestras facultades cognoscitivas han sido formadas en nosotros por medio de la selección natural. ¿Podrás, entonces, realmente pensar que nuestras facultades cognoscitivas son fiables en su gran mayoría? Yo digo que tú no puedes» (pp. 311-313).

El nervio de la argumentación reside en que el objetivo de la selección natural es estrictamente el florecimiento biológico de los organismos, pero no la verdad. Por tanto, la evolución puede explicar la aparición del hombre, pero no puede explicar la fiabilidad de nuestras facultades cognoscitivas. Hablar de conocimiento significa sencillamente abandonar el ámbito de la mera evolución biológica para adentrarnos en lo peculiar del hombre, donde reside la libertad, donde tiene sentido la normatividad de la lógica y de la ética, y en la que los demás seres humanos juegan un papel decisivo en la propia existencia.

De este modo el camino recorrido por estas páginas puede describirse como el esfuerzo del filósofo para desarrollar un argumento apologético relevante a la mentalidad contemporánea. Un esfuerzo por adentrarse en la intencionalidad del conocimiento y en la peculiaridad de la verdad que conduce a poder establecer las características del hombre que permitan hablar con sen- tido de un Dios personal desde el contexto cultural actual definido, en buena medida, por la presencia constante de diferentes desarrollos científicos. Por eso el esfuerzo por eliminar la tentación naturalista de explicar al hombre significa hacer sitio para la demostración de la existencia de Dios y se revela como la tarea apologética primordial en nuestros días.
Enrique MOROS

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