Imago Dei
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Sobre todo a partir del Concilio Vaticano II la doctrina de la imago Dei ha tenido relevancia creciente en la enseñanza del Magisterio y en la investigación teológica.
Antes del Concilio esta doctrina ocupaba un segundo plano, debido al racionalismo y al empirismo También por la secularización, el silencio de Dios en los medios de comunicación actual la indiferencia, el olvido de las enseñanzas bíblica y de las fuentes originarias.
La verdad teológica sobre el hombre se fundamenta en las palabras siempre actuales que se encuentran en el pórtico de la Revelación: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»
(Gen 1, 26-27). De aquí deriva su dignidad y el valor de cada hombre por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios.
Los antecedentes de esta doctrina hay que buscarlos en el oriente Antiguo, donde el rey era imagen de Dios, y en la Biblia todo hombre es imagen de Él. El hombre en su totalidad es creado a imagen de Dios; la Biblia presenta una visión del ser humano en la que la dimensión espiritual aparece junto a la dimensión física, social e histórica del hombre.
También en el relato del Génesis, se destaca que el hombre no lo creo como individuo aislado porque puso en relación con otras personas, con el mundo y consigo mismo, por tanto es un ser relacional.
Esta imagen ha de ser completada con la imago Christi. En el desarrollo neotestamentario de este tema aparecen dos elementos característicos: el carácter cristológico y trinitario de la imago Dei, y el papel de la mediación sacramental en la formación de la imago Christi.
Para «llegar a ser» imagen de Dios es necesario que el hombre participe activamente en su transformación según el modelo de la imagen del Hijo (Col 3,10), que manifiesta la propia identidad mediante el movimiento histórico desde su Encarnación hasta su gloria. Según el modelo trazado primero por el Hijo, la imagen de Dios en todo hombre está constituida por su mismo recorrido histórico que parte de la creación, pasando por la conversión del pecado, hasta la salvación y su consumación. Precisamente como Cristo ha manifestado su dominio sobre el pecado y la muerte mediante su Pasión y Resurrección, así todo hombre alcanza el propio dominio mediante Cristo en el Espíritu Santo —no solo una soberanía sobre la tierra y sobre el mundo animal (como afirma el Antiguo Testamento)—, sino principalmente sobre el pecado y la muerte.
Se actualiza en los sacramentos, nace de la fe en él y del bautismo.
Para Tomás de Aquino, la imago Dei es el fundamento de la participación en la vida divina. Las controversias de la Reforma demostraron cuánto peso tenía todavía la teología de la imago Dei tanto para los teólogos protestantes como para los católicos. Los reformadores acusaban a los católicos de reducir la imago Dei a una imago naturae que presentaba una concepción estática de la naturaleza humana y animaba al pecador a ponerse a sí mismo frente a Dios. Por su parte, los católicos acusaban a los reformadores de negar la realidad ontológica de la imagen de Dios, reduciéndola a una pura relación. Además, los reformadores insistían en el hecho de que la imagen de Dios se había corrompido por el pecado, mientras que los teólogos católicos veían el pecado como una herida de la imagen de Dios en el hombre.
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