La condición sacra del desacralizado arte contemporáneo

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Este trabajo es muy interesante

María Jesús Godoy Domínguez, La condición sacra del desacralizado arte contemporáneo, en AISTHESIS  No 59 (2016): 203-222 •


Resumen
Este trabajo pretende explicar una paradoja característica de nuestro tiempo: que el arte contemporáneo, aunque desacralizado por obra del laicismo moderno y la extensión de la razón ilustrada a todos los ámbitos de la vida, sigue conservando muchos de sus antiguos fundamentos sacros. Esta sacralidad es analizada aquí desde tres puntos de vista distintos, cada uno de los cuales se corresponde con un elemento del proceso artístico entendido como proceso comunicativo: el artista, la obra propiamente dicha y la experiencia estética. La conclusión es la misma en los tres casos analizados: la pervivencia de lo sagrado en la dimensión artística, a pesar de su debilitamiento o completa desaparición en la dimensión ideológica general dentro de la cultura occidental. 

Se mire por donde se mire, el arte actual está lejos de haber perdido la condición sagrada que ostentara en otro tiempo, la que le fue legada en el proceso de modernización estética iniciado en el Renacimiento y culminado en el Romanticismo, y contra la que atentaron las vanguardias de manera muy severa. Si es desde el enfoque del artista, se le sigue atribuyendo –él mismo se la atribuye y cree en ella a pie juntillas– una fun- ción salvífica y redentora que presenta su persona desde una excepcionalidad difícil de igualar. Si es desde el enfoque de la obra, se sigue proyectando también sobre el objeto artístico una diferencia respecto al resto de objetos, que lo coloca por encima de ellos y le da una especificidad que estos no tienen. Y si es desde el enfoque de la recepción, resulta que hasta en la apreciación estética más arreligiosa se deja sentir cierto componente espiritual. No es verdad, por tanto, que a una sociedad laica como la emergida del pensamiento racionalista ilustrado, como la occidental en resumidas cuentas, le corresponda un arte asimismo desacralizado. El motivo podría ser precisamente ese: la necesidad de conservar un último reducto de trascendencia justo cuando en todo lo demás ha desaparecido; cuando el desencanto, como dijera Weber, parece haberse instalado de manera definitiva en nuestras vidas. 

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