Filosofía y Teología Primera mitad del XIX

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Primera mitad del siglo XIX

En la  primera  mitad del siglo XIX  la teología entabló un diálogo fecundo con las grandes propuestas filosóficas de Hegel, Fichte y Schelling[1],  con influencias activas y creativas en el espíritu general de la época.

Características de esta época 

Esta época se caracteriza:
  •  Por el sentido místico, pero sin rechazar la razón
  •  La gran libertad y autonomía porque trata de pensar por sí misma, capaz de repensar la fe desde su propio origen 
  •  Pensar la unidad en la diversidad, es decir, no es suficiente la mera acumulación de información sino lo esencial es buscar la idea que ayude a comprender todas esas diversas compresiones.
  •  La atención a la dimensión histórica de la conciencia y a la vida de los hombres. 


 La teología comienza a pensar históricamente y el cristianismo comienza a ser considerado como un proceso histórico, como un acontecimiento vital, y no como un simple edificio conceptual abstracto y atemporal. 

Hegel y Schelling representan la síntesis y la unidad de pensamiento; expresan la idea de que todo el depósito de la revelación requiere una total revisión y asimilación filosófica, con el propósito de que llegue a ser propio del hombre.


Hegel, idealista alemán, maestro del método dialéctico, hace una identificación de objeto entre la filosofía y la religión: “El Absoluto”. Afirma la diferencia metodológica entre ambas ciencias, ya que la filosofía piensa conceptualmente en Dios y la religión siente imaginativamente a Dios. Subordina la religión a la filosofía, teniendo como consecuencia el pensamiento racional, que muestra como lo finito es momento esencial de lo infinito, realizando una teomorfización del hombre y revelando el carácter mítico y provisional de los dogmas cristianos.


Schelling, filósofo romántico del idealismo, se encargará de advertir del peligro de reducir lo indeductible de aquello que ha sido previamente dado al pensamiento teológico, esto es, la revelación de Dios, a un simple pensamiento, trasladándolo así desde la esfera de la realidad fáctica a aquella de la posibilidad y de su necesidad.
 Con todo, el carácter indeductible de la positividad del cristianismo no inhibió en Schelling aquella misma voluntad sistémica y unitaria de Hegel; más bien, lo llevó al intento de iluminar y desarrollar filosóficamente aquello positivamente dado.


Es cierto el auge de estas posturas, similares al esfuerzo realizado en el periodo contra-reformista de los católicos por confrontar las verdades de fe con esa nueva visión filosófica. Y como prueba de ello  aparece la figura de Soren Kierkegaard[2], crítico de la cultura y fundador de la filosofía de la existencia, quien establece en sus obras puentes entre la filosofía hegeliana y el existencialismo.


Pero el mayor esfuerzo lo realizaron los teólogos de la ciudad de Tübingen, con una llamada a pensar por “sí mismo”, fundada por Sebastian Von Urey, quienes tratan de superar el racionalismo de la ilustración y elevar el prestigio de la teología. La idea de que Dios no es ajeno al mundo y al hombre, sino íntimo y actuante, es la clave de su teología. Influido en algún punto por Hegel, y especialmente por Schelling, concibe el cristianismo como el desarrollo orgánico y vivo de una idea germinal cuya constatación histórica es la tarea de la teología en cuanto que es ciencia. Las tres líneas que delimitan la estructura metodológica de la escuela son: el encuentro con la tradición, la confrontación con la filosofía racionalista-idealista moderna y esta misma confrontación con la teología luterana.  


Un grupo de teólogos desde 1870, entre ellos Newman, Lagrange, Blondel[3], etc., pedían reunir un concilio para dejar claro una serie de puntos como la infabilidad del papa, la relación entre fe y razón, fe y dogmas, etc, para sentar una serie de principios para aclarar el cristianismo[4].

Don Olegario intenta mostrar cómo en la primera mitad del siglo XIX se dio una experiencia privilegiada de encuentro entre filosofía y teología, en la que esta última se entendió como un pensar por sí mismo, como pensamiento místico, como un ejercicio libre y autónomo de la razón, como búsqueda de la unidad en la multiplicidad, como un pensamiento consciente de la dimensión histórica de la conciencia y de la vida de los hombres. Esta teología, que supo dialogar con las grandes corrientes filosóficas de su tiempo, que participó creativamente en el espíritu de su tiempo y que se fue configurando, no se puede ni se debe reeditar hoy, pero puede llegar a ser un referente importante para una teología actual que  comprenda la necesidad de su propia renovación.



[1] OGC, Iglesia 80: Ya, 29/01/1989.
[2] OGC, Sócrates, Sócrates, Sócrates…:ABC, 16/07/1990.
[3] Cf. A. Alonso Rodríguez, La necesidad inexorable de Dios en la filosofía de la acción de Blondel: el vinculum  perfectionis y la frontera entre la razón filosófica y la revelación cristiana. Universidad de Oviedo. Tesis Doctoral 2015.
[4] OGC, 1962 0ctubre 1982: Ya, 5/11/1982.

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