Las cualidades y actitudes de un buen acompañante espiritual

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Las cualidades y actitudes de un buen acompañante espiritual

         El acompañante espiritual ha recibido un ministerio especial en la Iglesia, para ayudar a las personas que buscan lo que Dios quiere de ellas y desean crecer en la vivencia del Evangelio de Jesús desde su vocación particular. 
  El acompañante espiritual de grupos o personas, no es un ser perfecto o totalmente intachable. Es un creyente, que, asumiendo sus fragilidades y debilidades, tiene ciertas condiciones que le preparan para su ejercicio ministerial y está también dispuesto a trabajarse a sí mismo para seguir su camino de conversión y maduración humana y espiritual.   

        
 Debemos reconocer la importancia de una preparación intelectual para el acompañamiento. Una buena base teológica y antropológica es clave para favorecer el discernimiento, por ejemplo, de la imagen de Dios y de la vivencia de las opciones fundamentales de Jesús; el manejo de ciertas herramientas psicológicas puede ayudar a realizar una buena escucha y distinguir los conflictos psíquicos que requieran una derivación hacia otros especialistas. Junto con ello y como lo indica el párrafo citado anteriormente, el pilar de la formación de un acompañante espiritual está en su madurez humana y cristiana, que se traduce en un autoconocimiento profundo de sí mismo y en una experiencia espiritual que va integrando las dimensiones de su vida.
 Por eso nos preguntarnos; ¿Cuáles son esas cualidades y actitudes personales que a la persona que asume este servicio la capacita y habilita para acompañar? Sin pretender abarcar completamente la pregunta, a continuación, esbozo un intento de respuesta.
  1. Es una persona que se conoce a sí misma. 
  2. Es psicológicamente equilibrada:                                                                                                     
  3. Es un creyente que vive una experiencia espiritual profunda
  4. Es un cristiano fiel a la Iglesia.
  5. Conoce y practica el dinamismo del discernimiento cristiano
  6. Sabe escuchar, aceptar y respetar la dignidad de los otros
  7. Ha aprendido a manejar la transferencia
  8. Se acompaña y se supervisa
Para ser acompañante no se exige ser alguien perfecto, sí consciente de su realidad personal, de los límites físicos y afectivos que derivan en una buena práctica ética y de la convicción de que es el Espíritu de Dios quien guía la vida del acompañado. El acompañante es sólo un compañero de camino, un hermano en el Señor.

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