Filosofía de la espiritualidad. ¿finito, infinito? 5
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El Búho No 17
Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.
Publicado en www.elbuho.aafi.es2019
FILOSOFÍA DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Sánchez Millán ansamillan@gmail.com 61-78
El Búho No 17
Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.
Publicado en www.elbuho.aafi.es2019
FILOSOFÍA DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Sánchez Millán ansamillan@gmail.com 61-78
5. La dimensión espiritual, generalmente, en nuestra tradición filosófica moderna y occidental, aparece al final de un proceso de investigación que puede proplongarse toda una vida.
Es llegada o punto final. Pero, ¿y si hubiera estado siempre presente, como punto de partida?
Veamos algunos casos emblemáticos de la historia del pensamiento occidental. Sin pretensiones de exhaustividad.
Lo que proponemos -para mirarlo- no cae bajo la sospecha nietzscheana de la metafísica tradicional, que habría puesto con frecuencia lo último, lo más tenue y abstracto, una construcción racional, como lo primero, como lo único y más real. Para el agudo olfato de Nietzsche -y para nosotros- esto resulta artificioso y falso, lo más irreal.
Sin embargo, trataremos de mostrar que todo el desarrollo mental hasta alcanzar los conceptos últimos, que son puestos como lo primero de la realidad - artificiosa, violentamente-, habría estado impulsado desde el principio por una intuición espiritual inicial, que ha abierto sentido.
Así, cuando me percibo como un ser finito y limitado, pero que es capaz de sentir y pensar algo superior -algo no finito ni limitado-, la única salida parece ser que dicha perfección no puede venir de mí mismo, sino que eso es “lo que todos llaman Dios”.
De lo contrario, elrazonamiento estaría abocado a una contradicción lógica, que vulnera el principio de causalidad: la causa ha de ser igual o más real que el efecto, pero no menos, ya que esto sería un absurdo.
Lo declaraba Descartes junto con otros racionalistas.
El acceso a lo superior -mi yo superior, espiritual- es divino; gracias a Dios ha sido puesto en mí por él. Éste sería el precio a pagar por el pensamiento libre y creador en una época determinada, en la que se buscaba fuera lo que se haya dentro. Una época de crisis, en la que el ser humano se siente especialmente desconectado de su centro existencial.
Por cierto, no muy distinta a la nuestra que, precisamente, ha sido inaugurada por aquella. Era necesario marcar una diferencia ontológica: si finito e infinito son dos conceptos que la mente vive como opuestos, deben corresponder a realidades separadas. Una piedra en el pensamiento des-integrador que nos divide: tensión dentro, depresión o violencia fuera. Es el desarraigado y ofuscado hombre moderno, que ya no confía en sí mismo ni en el mundo, y ha de sostenerse gracias a la tecnología, la disección y el cálculo.
Es llegada o punto final. Pero, ¿y si hubiera estado siempre presente, como punto de partida?
Veamos algunos casos emblemáticos de la historia del pensamiento occidental. Sin pretensiones de exhaustividad.
Lo que proponemos -para mirarlo- no cae bajo la sospecha nietzscheana de la metafísica tradicional, que habría puesto con frecuencia lo último, lo más tenue y abstracto, una construcción racional, como lo primero, como lo único y más real. Para el agudo olfato de Nietzsche -y para nosotros- esto resulta artificioso y falso, lo más irreal.
Sin embargo, trataremos de mostrar que todo el desarrollo mental hasta alcanzar los conceptos últimos, que son puestos como lo primero de la realidad - artificiosa, violentamente-, habría estado impulsado desde el principio por una intuición espiritual inicial, que ha abierto sentido.
Así, cuando me percibo como un ser finito y limitado, pero que es capaz de sentir y pensar algo superior -algo no finito ni limitado-, la única salida parece ser que dicha perfección no puede venir de mí mismo, sino que eso es “lo que todos llaman Dios”.
De lo contrario, elrazonamiento estaría abocado a una contradicción lógica, que vulnera el principio de causalidad: la causa ha de ser igual o más real que el efecto, pero no menos, ya que esto sería un absurdo.
Lo declaraba Descartes junto con otros racionalistas.
El acceso a lo superior -mi yo superior, espiritual- es divino; gracias a Dios ha sido puesto en mí por él. Éste sería el precio a pagar por el pensamiento libre y creador en una época determinada, en la que se buscaba fuera lo que se haya dentro. Una época de crisis, en la que el ser humano se siente especialmente desconectado de su centro existencial.
Por cierto, no muy distinta a la nuestra que, precisamente, ha sido inaugurada por aquella. Era necesario marcar una diferencia ontológica: si finito e infinito son dos conceptos que la mente vive como opuestos, deben corresponder a realidades separadas. Una piedra en el pensamiento des-integrador que nos divide: tensión dentro, depresión o violencia fuera. Es el desarraigado y ofuscado hombre moderno, que ya no confía en sí mismo ni en el mundo, y ha de sostenerse gracias a la tecnología, la disección y el cálculo.
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