"Cuaresma: Cultivar una espiritualidad humilde y alegre"

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Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández- "Cuaresma: Cultivar una espiritualidad humilde y alegre”

 Lee aquí la carta de esta semana del obispo de Astorga

Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández: "Convertíos a mí de todo corazón (II). Cuaresma: Cultivar una espiritualidad humilde y alegre” 

"CONVERTÍOS A MÍ DE TODO CORAZÓN (II)"

"Cuaresma: Cultivar una espiritualidad humilde y alegre"

Queridos diocesanos:

Hace una semana he iniciado una serie de cartas en las que deseo destacar la Cuaresma como tiempo de gracia para afrontar los retos de la mundanidad espiritual y para desarrollar una espiritualidad que impulse la renovación pastoral de nuestra Iglesia. Hoy nos vamos a detener en la tentación del pelagianismo, muy destacada por el Papa Francisco en su encíclica Gaudete et Exsultate. Por este pecado, el hombre puede llegar a creer que no necesita a Dios, que se basta con sus fuerzas. Sus efectos son perniciosos, ya que ataca la relación con él y tiene consecuencias desastrosas para la vida moral, espiritual y pastoral.

Del pelagianismo deriva la acedia egoísta cuyo componente esencial es la falta de gozo en el Señor. Se trata de una frialdad o aspereza que nos impide tener ganas de rezar y que, por lo tanto, nos aleja de la alegría que ofrece el encuentro con el Señor.

Al lado de la acedia caminan la desilusión, la tristeza y el pesimismo, tan frecuentes por desgracia en muchos evangelizadores de hoy. Con frecuencia nos encontramos con personas que afirman que no merece la pena tanto esfuerzo para tan escasos frutos pastorales. Tampoco faltan quienes ponen pegas a cualquier iniciativa pastoral.

¿Cómo contrarrestar estos peligros? En primer lugar, hemos de poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, favoreciendo una experiencia fuerte de fe que caldee nuestro corazón como caldeó el de los discípulos de Emaús de regreso a su pueblo decepcionados por la muerte de su Maestro. Vivir la experiencia del amor de Dios nos llenará sin duda de alegría y esperanza y nos dará el primer impulso para la evangelización que el mundo necesita y la Iglesia nos reclama.

Necesitamos también, en segundo lugar, reconocernos como depositarios de un bien que humaniza. El entusiasmo por anunciar a Jesús va en proporción también a la convicción de que el Evangelio es la respuesta a lo que el mundo espera como solución a los graves problemas que lo afligen. El Papa Francisco confirma que “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón”.

En tercer lugar, debemos reforzar nuestra conciencia de que nada ni nadie podrán arrancarnos del amor de Dios. Lo decía muy atinadamente San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿el peligro?... En todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado”. Esta confianza y esta alegría expansiva fueron las que permitieron al cristianismo imponerse al gran Imperio romano.

Y, en fin, para mantener vivos el ardor misionero y la alegría evangelizadora, imprescindibles para la renovación pastoral de nuestra Iglesia, necesitamos fortalecer la confianza en la acción misericordiosa de Jesucristo resucitado y del Espíritu Santo. La desilusión, la tristeza y el pesimismo, sólo crecen donde esta confianza se tambalea.

Recibid mi bendición.

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