Manifestación suspendida. Pequeño cuento

 

En mis años de revolucionaria, en la Universidad, con miles de proyectos y escasos recursos, con un grupo de compañeros de ideales,  con aquellos que corríamos ante los grises, y hacíamos sentadas, organizamos una marcha a Madrid, para reivindicar la mejora de la Sanidad.

Al prepararla y hacer propaganda por las Facultades, sentimos la necesidad de obtener dinero para sufragar los gastos, pues muchos compañeros estaban tan escasos de recursos como  nosotros.

Cuando termino una asamblea de forma pesimista  con el propósito de anular la manifestación, al quedarnos solos los dirigentes, a uno de ellos se le ocurrió la idea: asaltar los cuatro una sucursal de alguna pedanía o un pueblo pequeño. Al principio la idea era descabellada y la tomamos en broma, pero al cuarto de hora de darle vueltas al asunto ya no parecía tan descabellada.

Las propuestas surgieron inmediatamente: nos pondríamos pasamontañas, usaríamos pistolas de juguete,  e iríamos en un coche viejo de Paco, el que propuso la idea, coche dado de baja, arrumbado que su padre quería llevar al desguace. 

Fuimos a hablar con el dueño del desguace y nos aseguramos que estaría abierto el martes a las cinco de la tarde. El pueblo elegido fue Pampaneira, a  72 kilometors de Granada, pueblo con pocos habitantes sobre unos 300, pero que debido al turismo suele tener dinero en el banco. El día elegido, el martes siguiente después de tener todos los preparativos dispuestos. 

Por fin llegó ese día, y yo me pasé toda la noche mirando al reloj del teléfono, abriendo y cerrando el ordenador, tomando un libro y una taza de tila en la mano. Estaba en la ventana cuando oí llegar el coche viejo y quejumbroso, y de un salto cogí  la bolsa de gimnasia donde se iba a meter el dinero obtenido y subí al coche. El viaje hacía Pampaneira, fue de nerviosismo y consejos de unos a otros, y al llegar no hubo ningún problema porque la Caja estaba vacía, y el empleado no opuso resistencia. Conseguimos 3.950 pesetas que eran suficientes para nuestro propósito.

Con gran alegría y euforia, llegamos al desguace y en ese momento no estaba el dueño, dejamos el coche allí para ir por el mío aparcado dos calles más allá. A uno de ellos se le ocurrió celebrarlo y tomarnos algo en el bar de enfrente, y así lo hicimos.

Cuando llegamos al desguace, vimos el coche aplastado encima de un montón de chatarra, convertido en basura total. 

En ese momento todos nos quedamos paralizados: la bolsa estaba en ese coche destrozado. La manifestación se suspendió.

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