F. SAVATER, Invitación a la Ética, Barcelona, Anagrama, 1982, 126.
Durante mucho tiempo se consideró a la moral algo así como el conjunto de conclusiones prácticas de la creencia religiosa, las ordenanzas de la religión.
Para un cristiano, la moral no tiene otro auténtico fundamento que la Ley de Dios (al menos para un cristiano mosaico, institucionalista, pues Kierkegaard pensó de modo diferente). Todavía en el siglo pasado, Dostoiewski hace decir a uno de los hermanos Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”. La moral es un freno y la rienda que lo maneja está sujeta por el puño de Dios; si falta este Auriga, el animal humano está condenado (¿o autorizado?) a desbocarse. Más adelante, la ética se convierte en la variante laica de la religión, en la re- ligión de los no creyentes. Se mantiene el freno, pero el auriga ha sido interiorizado y viaja dentro de cada cual, en forma de respeto a la Ley. Como Nietzsche advirtió con su implacable lucidez, era el Dios trascendente, el Dios de la Iglesia quien había muerto pero el Dios moral todavía se conservaba tan vigente como antes. Ética o religión equivale a Dios- moral dentro o Dios-moral fuera: la ética como religión y la religión “progresista y hegeliana” reducida a ética, contra lo que se rebeló Kierkegaard.
F. SAVATER, Invitación a la Ética, Barcelona, Anagrama, 1982, 126.
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