La cruz y la alegría San Francisco

Un modelo para tiempos de crisis
ACTUALIDAD DE FRANCISCO DE ASÍS
Fabrice Hadjadj en Humanitas 64 XVI (2011)



La cruz y la alegría:

Francisco es el primer estigmatizado de la historia. Lo que verán en él los primeros hermanos es en primer lugar el estigmatizado, y no el Francisco hermano de las criaturas, muy de moda hoy en día, sino el segundo crucificado. 

Esto es fundamental para no entrar en un romanticismo o en el olvido del drama de la historia. 

La fraternidad no es solo un dato, sino algo que también se hace a través de la cruz. Es dada, pero también a través de los sufrimientos, porque somos pecadores y debemos convertirnos. 

Francisco suele ser duro, porque sabe que habla de una fraternidad en Dios y que lo que está contra Dios debe echarse al fuego y desaparecer. Por lo tanto, puede usar de una fuerza tremenda en la corrección fraterna. No es “nos sonreímos, estamos juntos en una complacencia mutua, bien acomodados en el calor mientras los malos están afuera”. 

No, más bien es que vamos a ir delante de los malos porque se sabe que sin la gracia de Dios habríamos sido peores que ellos. La cruz es tanto obra de la injusticia como obra de la alegría (Cfr. Las Florecillas, capítulo “La alegría perfecta”). 

Es la alegría lo que principalmente exige la cruz en la condición actual del mundo, porque la alegría, la beatitud se recibe de Dios de manera que viene a crucificar nuestro orgullo. Francisco habla de vencerse a uno mismo. Por consiguiente, está en primer lugar ese sufrimiento del orgullo, de la criatura que está cerrada y debe rasgarse, cuya caparazón tiene que romperse para acoger la luz divina y por tanto la verdadera alegría, separándose de todos los placeres mezquinos. 

En segundo lugar, no solo se recibe la alegría, sino que esta se desea comunicar. ¿Qué sería una alegría guardada para uno en forma estrecha y egoísta? No hay mejor definición del infierno que la de un pequeño placer encogido sobre sí mismo. Luego es preciso sufrir para transmitir la alegría. Es la alegría quien va a pedir la cruz. No hay dualidad. Así, Francisco crucificado es el mismo que Francisco alegre, porque es este crucificado ----- quien recibe la alegría de Dios y la comunica a sus hermanos entrando en su aflicción, identificándose con su aflicción.

No es lo suyo la ayuda a los pobres, ya que de ese modo su obra solo sería una obra social, del mundo, como las hay otras muy buenas.

 Es esencialmente hacerse uno con el pobre. Cristo quiso salvarnos haciéndose uno de nosotros. El franciscano va delante del pobre haciéndose pobre él mismo. 

Aquí hay una respuesta profunda a la crisis antropológica, porque si el hombre se destruye es porque quiere salvarse a sí mismo, ser el autor de su alegría más que recibirla de Dios y de todas las demás criaturas a partir de una pobreza fundamental. 

Francisco nos llama nuevamente a esta receptividad y llama a ella en la alabanza, palabra pobre por excelencia y también hospitalaria. Cuando alabo a Dios, le digo que no lo alabo todavía o que lo alabo insuficientemente. Es una palabra herida, pobre. Ella llama a todas las demás criaturas: “Alabad conmigo al Señor”, para poder acercarse con una alabanza digna de Dios. Y además se llama al futuro. La alabanza es siempre eclesial, pero además apela al fin de los tiempos. “Cantaré al Señor”. Ella acoge el porvenir de la eternidad. Por ese motivo también, en esta entrada radical al misterio de la pobreza, Francisco nos abre a la más elevada alabanza.

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