EL PAPEL DE LA MUJER EN LA TEOLOGÍA DE CIPRIANO DE CARTAGO



ALBERT VICIANO, EL PAPEL DE LA MUJER EN LA TEOLOGÍA DE CIPRIANO DE CARTAGO. Espacio y tiempo en la percepción de la Antigüedad Tardía, Antig. crist. (Murcia) XXIII, 2006, págs. 569-580

La teología de Cipriano acerca de la mujer, tal como se refl eja en su obra De habitu virginum,
muestra —al igual que en la sociedad romana de su tiempo— la discrepancia entre el ideal teórico de la mujer y su papel e importancia reales en la sociedad y en la Iglesia. Por una parte, a propósito de las vírgenes, acentúa la imagen conservadora de la mujer y, por otra parte, deja traslucir claramente su importante posición en la Iglesia y las anima a ejercer su influjo en la comunidad cristiana.

Aun adoptando una actitud decididamente conservadora, Cipriano se distancia de la misoginia
dominante en el siglo III y contempla a la mujer en una perspectiva más positiva, ya que la ve como a un ser humano plenamente responsable en el ámbito privado e individual. Pero de ahí el obispo de Cartago no extrae conclusiones prácticas para la vida social de la mujer en la línea de lo que modernamente denominamos «feminismo»; más bien al contrario, a pesar del papel positivo que la teología cristiana concede teóricamente al sexo femenino, las mujeres cristianas de la Antigüedad se atuvieron generalmente a los parámetros sociológicos entonces establecidos.

Cipriano, con más contundencia que Tertuliano, opina que la mujer es imagen de Dios de la
misma manera que el varón. La diferencia de sexos responde a la voluntad divina y es necesaria para la realización tanto del plan divino de la creación como del plan salvífico. El carácter esponsalicio de la virginidad, que anticipa la ausencia de actividad sexual en el Reino de los Cielos, subraya que hombres y mujeres —por igual— se consagran plenamente a Dios para mejor cumplir la voluntad de éste en la Iglesia.

Además, el matrimonio es también una entrega de dos hombres entre sí —varón y mujer— que cumplen así el mandamiento de «creced y multiplicaos» (Gen 1,28).

En conclusión, tanto el matrimonio como también la virginidad son, para el obispo de Cartago,
dos formas, en el fondo muy semejantes, de cumplir la voluntad divina en la   Iglesia, lo que presupone una concepción antropológicamente positiva de ambos sexos.

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