Por obra del Espíritu Santo volvemos a nacer los hombres, esta vez como hijos de Dios
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José María Iraburu
Por obra del Espíritu Santo volvemos a nacer los hombres, esta vez como hijos de Dios, «nacidos del agua y el Espíritu» (Jn 3,5).
La santificación de los hombres realizada por Cristo, en la comunicación del Espíritu Santo, no va a ser solamente un nuevo camino moral al que se invita a un hombre que es meramente hombre. Es mucho más que eso. La santificación instaurada por la fe en Cristo consiste primariamente en una elevación ontológica:
Los cristianos somos realmente «hombres nuevos», «nuevas criaturas» (Ef 2,15; 2 Cor 5,17), «hombres celestiales» (1 Cor 15,45-46), «nacidos de Dios», «nacidos de lo alto», «nacidos del Espíritu» (Jn 1,13; 3,3-8). Es el nacimiento lo que da la naturaleza. Y nosotros, que nacimos una vez de otros hombres, y de ellos recibimos la naturaleza humana, después en Cristo y en la Iglesia, por el agua y el Espíritu, nacimos una segunda vez del Padre divino, y de él recibimos una participación en la naturaleza divina (1 Pe 1,4).
La santificación obrada por la gracia de Cristo no produce, pues, en el hombre uncambio accidental (como el hombre que por un golpe de fortuna se enriquece, pero sigue siendo el mismo), no es algo que afecte sólo al obrar (el bebedor que se hace sobrio), sino que es ante todo, por obra del Espíritu Santo, una transformación ontológica, que afecta al mismo ser del hombre, a su naturaleza.
El hombre viejo, el de la primera Creación, el del primer Adán, fue creado al comienzo del mundo: «formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue el hombre ser animado» (Gén 2,7); es el terrenal, el que fracasó por el pecado. Y el hombre nuevo, el de la segunda Creación, el que viene del segundo Adán, es en la plenitud de los tiempos, por obra del Espíritu Santo hombre espiritual, gracias a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que repite aquella escena primera del Génesis: «Sopló sobre ellos y les dijo: “recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20,22).
Si Cristo en su obra de salvación no hubiera llegado a la comunicación del Espíritu Santo en Pentecostés, de nada nos hubiera servido su Encarnación, su predicación del Evangelio, su muerte en la Cruz, su Resurrección y Ascensión al cielo. Seguiríamos siendo hombres terrenales, adámicos, pecadores. Es la comunicación del Espíritu Santo que Cristo hace desde el Padre lo que nos hace nacer de nuevo como hijos de Dios, como nuevas criaturas.
Dios «nos ha salvado en la fuente de la regeneración, renovándonos por el Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit 3,5).
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