Hildegarda de Bingen



He encontrado este articulo escrito por Eva Martínez en la revista aladar qwque me ha parecido muy interesante. está escrito en primera persona mostrando parte de la biografía de esta doctora De la Iglesia  q

Maestras de vida: Hildegarda de Bingen
por Eva Martínez Fernández
8 de abril de 2025


Nacida de Bingen fue una auténtica adelantada a su tiempo: inteligente, transgresora, profeta implacable en su denuncia de la corrupción, visionaria, sanadora, compositora, poeta, pintora, escritora, teóloga, consejera de reyes y papas, cuidadora, lideresa, predicadora, viajera, luchadora incansable… Una mujer que supo ganarse el respeto y la admiración de todos, poderosos y humildes, en un mundo de hombres.

Nací en el año 1098 en un pequeño pueblo de Alemania, cerca del Rin. Mis padres pertenecían a la pequeña nobleza. Fui la menor de diez hermanos, por lo que, según la costumbre, mis padres me ofrecieron como “diezmo” a la Iglesia. Consagrarme a la Iglesia me ofreció una cierta seguridad y, sobre todo, la posibilidad de recibir una educación que absorbí con deleite.

A los 8 años tuve que dejar a mi familia y trasladarme al castillo de Spanheim para comenzar mi educación bajo la tutela de la condesa Judith, mi querida Jutta. Fue difícil dejar la seguridad del hogar siendo tan niña, pero en Jutta, a pesar de su juventud, encontré una segunda madre. Ella me enseñó a rezar el salterio, a leer en latín la Sagrada Escritura y las delicias del canto gregoriano. Esta pasión por la música me acompañaría siempre.

El 1 de noviembre de 1112, con 14 años, fui enclaustrada en una celda anexa al monasterio masculino de Disibodenberg, junto a Jutta y otra hermana de mi misma edad. Con el tiempo, tuvimos que ampliar nuestro espacio para poder albergar el creciente número de vocaciones y nos convertimos en un pequeño monasterio, completamente dependiente de Kuno, abad de Disibodenberg.

En 1136, con 46 años, falleció mi querida Jutta, nuestra abadesa, debido, con toda probabilidad, a la severidad con la que se aplicaba al ayuno y la penitencia. Supongo que, tal vez por haber sido testigo durante tantos años de su sufrimiento, a mí siempre me preocupó acompañar el cuidado del alma con el cuidado del cuerpo: el Dios del Amor no se complace con el sufrimiento de sus criaturas, sea éste de origen físico, mental o espiritual.

Siempre me preocupó acompañar el cuidado del alma con el cuidado del cuerpo: el Dios del Amor no se complace con el sufrimiento de sus criaturas

Al faltar Jutta, fui elegida abadesa por mis compañeras. Siempre procuré ejercer mi autoridad creando lazos de sororidad y confianza con ellas.

Hay algo de lo que aún no he hablado. Quizá porque, como me ocurrió durante tantos años, tenía miedo de que se me tomara por loca o endemoniada. A los tres años comencé a tener visiones que no siempre supe entender bien y mucho menos explicar. Todo comenzó con “una luz tal que mi alma quedó estremecida”. Yo estaba segura de que mis visiones venían de Dios; aun así, el miedo me hizo guardarlas en secreto durante muchos años.

Fue en el año 1141 cuando mi vida dio un giro radical. Tuve una visión intensa en la que el Señor me decía: “Oh, frágil ser humano, (…) habla y escribe lo que ves y escuchas.” No podía desobedecer el mandato de Dios, así que, con mucho miedo, me atreví a hablar de mis visiones al hermano Volmar, mi confesor. Él me animó a ponerlas por escrito.

Al principio, me negué. Me parecía una empresa arriesgada: sabía que habían sido muchas las mujeres silenciadas e, incluso, quemadas en la hoguera por hablar “de lo que no les correspondía”. Pero volví a caer muy enferma y me di cuenta de que no podía seguir ignorando la llamada de Dios. Con ayuda de Volmar y de una de mis hermanas, mi querida Richardis, comencé la que fue mi primera gran obra, Scivias, en la que contaba mis visiones.

No podía seguir ignorando la llamada de Dios. Así que, con ayuda de Volmar y de mi querida Richardis, comencé la que fue mi primera gran obra, Scivias, en la que contaba mis visiones

Durante los diez años que tardé en terminar de escribirla ocurrieron muchas cosas. En primer lugar, fui investigada varias veces para tratar de establecer la veracidad de mis visiones y su origen divino. Tuve que recurrir al ingenio y a figuras relevantes, como Bernardo de Claraval, para que intercedieran en mi favor ante el Papa. Finalmente, conseguí permiso papal para escribir mis visiones y, de paso, poder expresar, con astucia pero sin remilgos, todo aquello que bullía en mi mente. Comencé a ser conocida; recibía cartas de todo tipo de personas, desde humildes penitentes hasta obispos y reyes, solicitando curas para sus males, consejo político o espiritual, ¡y hasta predicciones de futuro!

Tuve también que enfrentarme al abad Kuno: una de mis visiones me mostraba que mis monjas y yo debíamos independizarnos de los hermanos de Disibodenberg y establecernos en un nuevo monasterio que construiríamos en Rupersberg. ¡Ansiaba tanto la libertad de no tener que depender de ningún hombre!

El prestigio, la fama y los ingresos que yo aportaba al monasterio no eran poca cosa, por lo que Kuno se negó categóricamente a nuestra emancipación. Comenzó un tira y afloja de continuas peticiones y negativas, hasta que conseguí el apoyo del Arzobispo de Maguncia. ¡Por fin éramos libres!

El año 1151, establecidas ya en Rupersberg, me trajo una gran dicha y un inmenso dolor. Terminé Scivias con mucha alegría y orgullo; mi querida hija, mi hermana, mi amiga del alma, Richardis, presionada por su familia, que aspiraba a más honores y poder para ella, abandonó el monasterio para convertirse en abadesa de otro lugar. De nada sirvieron mis protestas, ni mi apelación al mismísimo Papa: Richardis me dejó y, poco tiempo después, murió repentinamente, dicen que de tristeza… Ella, que tanto me había cuidado y ayudado, que había sido mi inspiración para tantas melodías, ya no estaba, pero su espíritu continuó alentándome para seguir creando.

Nos establecimos en un nuevo monasterio que nosotras mismas construimos en Rupersberg: ¡Ansiaba tanto la libertad de no tener que depender de ningún hombre!

Con el tiempo, me fui animando a escribir otro tipo de tratados, en los que no sólo transmitía mis visiones, sino lo que observaba en la naturaleza. Y así vieron la luz Liber Vite Meritorum, Liber Divinorum Operorum, Physica, Cause et cure… Siempre me interesó la salud y el cuidado del cuerpo, especialmente el de las mujeres, tan castigado siempre; así lo reflejé en mis escritos médicos. Algunas de mis afirmaciones, desgraciadamente, aún hoy son motivo de escándalo para ciertas personas de mente estrecha. Por supuesto, como religiosa que fui, exalté en mis escritos el valor de la castidad, pero no por eso denigraba el matrimonio, la procreación ni mucho menos el placer sexual. Siempre defendí que el sexo no era fruto del pecado y que el placer sexual era cosa de dos. Abordé, sin pudor ni juicios morales, el tema de la sexualidad y me siento orgullosa de ser autora de la primera descripción del orgasmo femenino.

Mi larga vida dio para mucho: inventé la “lingua ignota”, el primer idioma artificial que se conoce; mejoré la receta de la cerveza, incorporando el lúpulo, tal y como ahora se fabrica; iluminé con imágenes algunos de mis libros para mostrar cómo eran mis visiones; compuse 78 piezas musicales porque “hay música del Cielo en todas las cosas”; aproveché el permiso que me dio el Papa de divulgar mis visiones para realizar varios viajes de predicación hablando públicamente en las plazas del amor de Dios, algo absolutamente excepcional en aquel momento, cuando sólo los clérigos estaban autorizados a hacerlo.

Siempre defendí a las mujeres y proclamé a los cuatro vientos que “la sangre que mancha no es la de la menstruación, sino la que se derrama en las guerras”. Sostuve que “no podemos vivir en un mundo que es interpretado para nosotros por otras personas. Un mundo interpretado no es una esperanza. Parte de nuestro miedo es recuperar nuestra propia habilidad para escuchar, para usar nuestra propia voz, para ver nuestra propia luz”. Quizás por eso, cuando me criticaron por permitir que “mis” monjas celebraran las festividades dejando suelto su cabello, adornándose y vistiéndose con seda blanca, respondí: “¡Oh, mujer, qué esplendido ser eres! Porque tú pusiste tu fundamento en el Sol, y ¡has conquistado el mundo!”

Hoy en día formo parte del exclusivo -y aún minúsculo- grupo de las doctoras de la Iglesia, junto con Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux y mi espíritu sigue vivo en todas las mujeres sabias y buscadoras, en las que no se conforman, en las que se rebelan, en las que sienten sus cuerpos como lugar de Dios y danzan y celebran… Y en aquellas que encuentran en el Evangelio su fuente de inspiración, de libertad y de sororidad.

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