La leyenda del Milagro de Mazarrón. Ensayo histórico

La leyenda del Milagro de Mazarrón. Ensayo histórico 
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    Manuel Muñoz Clares

El Milagro de Mazarrón, como otras leyendas religiosas, tuvo su base histórica en hechos inexplicables que no pueden confirmarse en su totalidad. La documentación de la época señala un asalto frustrado a la villa entre la noche y la madrugada del 16 al 17 de noviembre de 1585 y el sonido de la campana de la ermita de la Concepción que pudo ser el motivo de la huida de los asaltantes. La averiguación del corregidor sobre aquellos hechos terminó con los guardas de la costa en la cárcel por haber abandonado sus puestos. Sin embargo, el Concejo de Mazarrón atribuyó el hecho de la huida a un suceso milagroso por intercesión ante Dios de la imagen mariana de la Purísima, que se tendría en adelante por patrona de la villa. El provisor del Obispado autorizaría la festividad de carácter local en 1588.

Compuesta la leyenda en sus inicios por hechos sencillos pero de vital importancia para Mazarrón, fue recreada hasta en cuatro ocasiones con fines estrictamente religiosos, incorporando en cada paso elementos procedentes de la tradición oral o puramente literarios que formarían parte esencial del relato. El sacerdote mazarronero Pedro Coquela (1696), a instancia de los frailes alcantarinos establecidos en la villa, fijó por primera vez la leyenda que fue parcialmente transformada y aumentada por el cronista de la Orden, fray Ginés García Alcaraz (1761). Sobre esos dos textos se articularía el relato que ha pervivido hasta nuestros días. Ambos fueron hechos para impulsar la devoción hacia la titular del convento y señalaron el camino de futuras acciones en este sentido, pero tenían un defecto importante: no aportaban documentación fehaciente sobre lo sucedido más allá de vagas alusiones. Cuando Celestino Sangenís, párroco de San Antonio entre 1913 y 1919 y administrador de la iglesia de la Purísima, decide recuperar la historia milagrosa de la imagen que la unía casi a los orígenes de la villa y constituía un valioso catalizador de la identidad local, chocó con esa ausencia de testimonios directos. El fin por el que se recurría de nuevo a la fabulosa historia de la imagen era el de aglutinar en torno a ella un movimiento popular piadoso que mitigara los efectos del laicismo y que supusiera un consuelo en los momentos difíciles por los que atravesaba la población. Las grandes fiestas celebradas el 8 de diciembre de 1918 marcaron el inicio de esa recuperación. No encontrando certezas documentales de aquel prodigio, el párroco creyó que la narración del siglo XVIII era un tracto documental válido que permitía recrear las averiguaciones que es tradición se hicieron el mismo día del suceso. Simuló un documento de la esfera civil, con alcaldes ordinarios y escribano al frente dando fe de todo, que, en forma de declaraciones de vecinos, validaba cuanto escribiera fray Ginés. Esa invención, presentada como transcripción de un documento del archivo municipal que al parecer había desparecido, fue dada a las prensas para general conocimiento. Su análisis en profundidad señala las declaraciones como una impostura elaborada con fines piadosos. Aún así, y creyendo en su autenticidad, las declaraciones serían utilizadas de nuevo en los años primeros de la posguerra por el sacerdote Jesús García para recomponer la espiritualidad popular. Desde la década de los 40 del pasado siglo hasta nuestros días, la leyenda se ha ido enriqueciendo más con nuevos añadidos desde los ámbitos religioso y civil. Su extensa y singular evolución, que abarca del siglo XVI al XXI y que motiva este ensayo histórico, ofrece un campo de trabajo extraordinario donde se complementan los métodos de la investigación histórica y los de la antropología tradicional.

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