21. La aparición a fray Agustín y al obispo de Asís (LM 14,6)Textos de San Buenaventura e ilustraciones de Giotto
VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Textos de San Buenaventura e ilustraciones de Giotto |
. | 21. La aparición a fray Agustín https://www.franciscanos.org/buenaventura/buenaventura6.html San Francisco murió en la Porciúncula, al atardecer del sábado 3 de octubre de 1226, a la edad de 44 años. Su glorioso tránsito estuvo acompañado de no pocos prodigios, como la visión que tuvo en aquel momento Fray Jacobo de Asís, que vio cómo su alma bendita subía derecha al cielo transportada por una blanca nubecilla sobre muchas aguas. Asimismo, el hermano Agustín, ministro a la sazón de los hermanos en la Tierra de Labor, varón santo y justo, que se encontraba a punto de morir y hacía ya tiempo que había perdido el habla, de pronto exclamó ante los hermanos que le oían: «¡Espérame, Padre, espérame, que ya voy contigo!» Pasmados los hermanos, le preguntaron con quién hablaba de forma tan animada; y él contestó: «Pero ¿no veis a nuestro padre Francisco que se dirige al cielo?» Y al momento aquella santa alma, saliendo de la carne, siguió al Padre santísimo. El obispo de Asís, Guido, había ido por aquel tiempo en peregrinación al santuario de San Miguel, situado en el monte Gargano. Estando allí, se le apareció el bienaventurado Francisco la noche misma de su tránsito y le dijo: «Mira, dejo el mundo y me voy al cielo». Al levantarse a la mañana siguiente, el obispo refirió a los compañeros la visión que había tenido de noche, y vuelto a Asís comprobó con toda certeza, tras una cuidadosa investigación, que a la misma hora en que se le presentó la visión había volado de este mundo el bienaventurado Padre. Las alondras, amantes de la luz y enemigas de las tinieblas crepusculares, a la hora misma del tránsito del santo varón, cuando al crepúsculo iba a seguirle ya la noche, llegaron en una gran bandada por encima del techo de la casa y, revoloteando largo rato con insólita manifestación de alegría, rendían un testimonio tan jubiloso como evidente de la gloria del Santo, que tantas veces las había solido invitar al canto de las alabanzas divinas. |
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