La poesía mística de san Juan de la Cruz



Mauricio Beuchot Puente, La poesía mística de san Juan de la Cruz en Religiosidad y cultura. El fenómeno religioso y la concepción del mundo.JULIETA LIZAOLA Coordinadora. Mexico 2009 pp. 35-47.

Introducción
A continuación abordaremos el tema de la poesía mística. Ésta trata de expresar una experiencia religiosa, la más profunda; por ello, ten- dremos que comenzar por examinar lo que es, a grandes rasgos, la experiencia religiosa. De este modo podremos captar una parte de la complejidad de la poesía mística. Mas, para una y otra, la experiencia y la poesía religiosa, ya de suyo hemos operado una reducción, al tratarlas solamente en el cristianismo, y haremos dicha reducción aún más específica, quedándonos solamente con una figura, que es la de san Juan de la Cruz. Claro está que con ella tendremos bastante, pues será un paradigma, una muestra que nos hará comprender el todo de lo que deseamos abarcar.

San Juan de la Cruz resulta, en efecto, un buen ejemplo para comprender, al menos un poco, la experiencia y la poesía religiosa del cristianismo. Es visto como un profundo místico y, a la vez, como un gran poeta. En su faceta mística confluyen las principales líneas de la religiosidad cristiana en boga; incluso se ha visto que llegan a él elementos de la mística árabe y de la judía. Impregnado por una excelsa emoción que proviene de san Agustín, formado en la escuela de santo Tomás, y poeta como santa Teresa, podemos decir que san Juan era, además, un gran teólogo —no teórico, sino experimental. Por lo tanto, comenzaremos por ver algunos rasgos de su vida, luego de su experiencia religiosa y mística, para terminar con su poesía.


Conclusión

En nuestra lectura del poema de san Juan de la Cruz, en el que habla de la fuente de la luz en medio de la noche, encontramos, pues, la manera de superar el silencio, que es el de la teología negativa, para acceder a un habla, que es más bien balbuceo, a través del lenguaje poético. Esta salida del laberinto de la teología negativa lo da el hilo de Ariadna de la analogía. La analogicidad es, a un tiempo, atrevimiento y humildad; atreverse a decir algo, pero siempre con la humilde advertencia de que es poco lo que se puede decir acerca de Dios y de la misma experiencia religiosa.

La humildad y el atrevimiento que hay en la analogía —atrevimien- to humilde o humildad atrevida— alcanzan un premio, cada uno a la parte virtuosa que contienen. Por un lado, la humildad logra el botín de saber que no se va a decir a Dios ni lo de Dios con propiedad, con plena adecuación. Por otro lado, el atrevimiento granjea el tesoro de poder hablar algo de Dios, de no renunciar a todo discurso, de escapar del silencio. Inclusive usa el silencio para poder hablar, lo escucha para poder decir, y, de ese modo, sabiendo que no dice más que muy poco puede decir mucho, sobre todo con la conciencia de que el misterio se queda siendo más profundo.

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