El místico. San Juan de la Cruz.

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El místico verdadero nunca pone su yo en el centro de la atención, sino la acción de Dios, su efectos sobre el hombre transfiriéndole su luz y su amor. Y si habla de él solo es para alabar a Dios por lo que le concede o bien para animar a los demás  a conocer ese amor.
La experiencia mística de San Juan de la Cruz no es la experiencia común de los mortales en su encuentro con Dios en Cristo, es una relación misteriosa de Dios con un hombre.
Buscar a Dios en San Juan de la Cruz es el anhelo constante del momento en que se encontró con Dios y transformó su vida, es la salida anhelante tras el rostro vislumbrado en el gozo del amor; la necesaria identificación con el que le ha dejado impresa su faz en el hondón del alma.
El Santo no busca a Dios para conocerlo ni para conocerse a sí mismo, no es una antropología encubierta, porque el distingue claramente lo que es el hombre y lo que es Dios. Dios es Dios  y no lo utiliza,  porque es fundamento, garantía y salvación de la vida humana cuando es reconocido en su divinidad previa, trascendente e inaccesible. No es un juguete, no es imagen del hombre.
Lo busca en su interior, en el corazón, en fe, no es una búsqueda filosófica, sino  que como imagen de Él tiende hacia El, porque es creado por El. Si esta búsqueda es sincera,  encuentra el hombre a Dios porque desde siempre Dios ha salido al encuentro del hombre.
San Juan tuvo una experiencia de Dios de haber sido encontrado, enamorado, transformado por Dios, explicada con símbolos, con poesía , que cambiará su vida y su futuro. Memoria viva del Dios que hirió y de la que surge nueva búsqueda con ansias en amor. Su núcleo no es la palabra noche, sino la palabra amor, el encuentro del alma co el Amado, regalo de Dios acogido con fe:

A la luz de lo anterior podríamos sugerir algunas determinaciones de la experiencia mística. Se la ha descrito como una forma de conocimiento, de relación, de inscripción en Dios a la que corresponderían los objetivos siguientes: experiencial, afectiva, fruitiva, dilectiva, cognitiva, inmediata, unitiva, transformadora, agraciante. Nosotros insistiríamos en que es una forma de vida total nueva, resultado de nuestra inserción en la vida divina, que es percibida ante todo como amor, y resultando de ella como conocimiento y deseo.

Entendida así la experiencia mística es la realización más plena de la revelación, es la autodonación de Dios por amor cuya ausencia es ya una presencia porque la memoria es  el órgano específico de la experiencia mística en cuanto recupera la experiencia de gracia constituyente de la propia vida nueva, perfora su fondo hasta descubrir al Dios que la causa y al ser del hombre en el que se ejerce, percibe el proyecto de Dios para su vida y recoge los designios históricos en que de hecho Dios ha otorgado la salvación.

Pero hay que purificar la memoria de la impresiones temporales, y retener el origen y abrir al hombre a  ese reencuentro con su origen, a la esperanza. La memoria y la esperanza son fuentes de libertad, que le lleva a la unión, la participación, transformación y aspiración en Dios . 

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