Desarrollo integral

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Parte del editorial de la revista Veritas  no.37 Valparaíso ago. 2017 realizada por Pablo Martínez Becerra



El desarrollo integral y sus desafíos permanentes
Pablo Martínez Becerra 

El presente número de revista Veritas congrega a diversos especialistas en “ética del desarrollo” para conmemorar los 50 años de la Carta encíclica Populorum progressio del Papa Pablo VI.

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El mensaje del Papa nos hace ver que el desarrollo de lo espiritual es fuente del apropiado desarrollo material. La filosofía y la religión, desde antiguo, nos han enseñado que ese afán diario del hombre por vencer la inercia de la materia conlleva el cultivo permanente de las fuerzas morales y espirituales. 
En este sentido, se puede afirmar que, sin dejar de reconocer todo el valor del mundo material, no debemos renunciar a poner la vista más allá de él, pues sólo de esta forma garantizamos la conservación armónica de dicho mundo y la elevación del hombre más allá de sí mismo. Para decirlo de un modo menos prosaico, quien renuncia al cielo difícilmente puede mantener la tierra y, como veremos, éste no es sólo el secreto para salvaguardar nuestra vida individual, sino, también, toda vida social, política y económica.
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 En otras palabras, quisiésemos que la Encíclica se nos apareciera añeja, perteneciendo a un tiempo remoto y como una vieja lección que se ha olvidado en la misma medida en que su contenido se ha convertido en hábito y carne.

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Mas, el escrito, pese a nuestros deseos, aparece joven e irradiando todavía claridad en la discusión actual en torno al sujeto y fin del buen desarrollo y, por lo mismo, a su sentido. 


Por una parte, esta actualidad nos pasma sin duda por la profunda reflexión presente en el documento, pero más lo hace porque la mayor parte de los problemas abordados en torno al desarrollo en vez de desaparecer se han ido complejizando y siguen encontrando parte de su solución en el mismo lugar. No se pretende decir aquí que si se hubiese escuchado con atención el mensaje de la Encíclica se hubiesen acabado los males de este mundo y se habría alcanzado el pleno desarrollo ―que, como sabemos, desdice la dinámica de la vida humana―, pero sí esperaríamos que el malestar social descrito por ella hubiese disminuido y que nos encontrásemos en un mundo mucho más justo.

Sin duda, la apelación de la Encíclica a la solidaridad y a la promoción del desarrollo integral (Pablo VI, 2013: 169), implica sostener taxativamente que “el desarrollo o será ético o no será”. 

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Lo cierto es que hoy el dar respuesta a la Encíclica sigue consistiendo, en buena medida, en realizar conductas sensatas en los asuntos económicos y productivos con el fin de promover a la persona humana, pero, también es innegable que el desastre ecológico derivado de una economía capitalista con ineficientes regulaciones y déficit político, ha convertido la exhortación al desarrollo integral, antes que todo, en un llamado a la supervivencia. En el presente, la exhortación del Papa Pablo VI a realizar la convicción ética que afirma que el desarrollo es para mantener la vida de las personas a la altura de su dignidad, deberá ser oída y obedecida, por lo menos, desde los móviles consecuencialistas si hay algo de cordura en la dirección que se le ha de dar al obrar humano.

 Es evidente que quien asuma una ética utilitaria del desarrollo verá que no podrá evitar ir más allá de su sesgo estratégico cuando el imperativo de responsabilidad le lleve a intentar revertir los daños provocados a un mundo que se ha de legar habitable a las generaciones futuras.

En la década del 60’ ya habían eclosionado algunos de los elementos que en la actualidad componen lo que se conoce como “nuevo enfoque del desarrollo”. 
De hecho, en las mismas fuentes seculares de Populorum progressio, que son sin duda de cuño personalista (Lebret, Maritain, De Lubac, Larraín, entre otros), al reconocer la dimensión moral de las actividades productivas, acometen en contra del economicismo y, al mismo tiempo, del desarrollismo de manera semejante a las propuestas que se generan de Amartya Sen en adelante.

Para dar cuenta de lo antes dicho, no es necesario recurrir a Goulet o Lebret pues todos los autores posteriores que hilvanaron sus argumentos sin dejar que Populorum progressio y la antropología personalista tuviese un rol tutelar, adelantan elementos éticos que estarán presentes en enfoques del desarrollo humano, incluso en los dependientes de otras tradiciones. 
Basta que recordemos aquí al padre dominico Paul Ramlot quien es un claro ejemplo de un intento de reconducir la dimensión productiva, principalmente en el mundo agrícola latinoamericano, al desarrollo humano integral. 
El sacerdote defiende en su libro Introducción al desarrollo integral (1969) que el desarrollo debe: 1) estar internalizado en la mente de la población que lo vive, dando cuenta del protagonismo de la persona (Ramlot, 1969: 25); 2) entenderse como social, a la vez que dependiendo de un acto humano que manifiesta su dependencia de una elección deliberada (Ramlot, 1969: 32); 3) concebirse integral, ya que “no es un proceso esencialmente económico, sino sobre todo un proceso social (socio-cultural) y político” (Ramlot, 1969: 37); y, finalmente, 4) configurarse como “una realidad dinámica que no termina nunca aun cuando se le puede asignar un punto de llegada transitorio, siempre empujado más allá” (Ramlot, 1969: 31).

Son muchos más los elementos que, sumándose a los anteriores, permiten hacerse una idea del desarrollo integral a partir de lo establecido por el dominico, pero, destaca, entre ellos, con un rol fundamental, la “significación”. La significación viene a ser el sentido que las personas asignan a las innovaciones y transformaciones sociales, culturales y políticas desde el plano existencial y que, por ser tal, involucra un nuevo modo de ver, aunque sea tácitamente, sobre la vida y la misma muerte (Ramlot, 1969: 26). A su vez, dichas significaciones son valoraciones que mueven en tanto implican expectativas positivas respecto de las transformaciones o reformas y, por lo mismo, manifiestan la capacidad que tienen las personas de prever y hacer un “esbozo anticipado” de lo que se habrá de alcanzar gracias a las mismas (Ramlot, 1969: 26). Para Ramlot, lo que hace realmente que los cambios se tornen en desarrollo es la intervención de la significación en la formación y transformación de las estructuras sociales e institucionales (Ramlot, 1969: 27). Dicho elemento es un motor ético y un generador de emociones no sólo sociales, sino también políticas. Por tanto, la significación junto con tener un valor existencial, asegura la adhesión afectiva a los proyectos políticos y, por tanto, no debiera sorprender que en las personas se suscite un compromiso con una concepción de justicia en la que el desarrollo, en cuanto promoción del ser humano, es parte de sus exigencias.

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