¿Qué espiritualidad ofrece la Iglesia Católica?

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Por P. ARIEL SUÁREZ JÁUREGUI, "¿Qué espiritualidad ofrece la Iglesia Católica?" en Espacio Laical 2 (/2011) p 57-63,

RASGOS DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA IGLESIA PARA EL MUNDO DE HOY


Espiritualidad de la comunión

– Si el ser mismo de Dios Trinidad es la Comunión, es fácil comprender que la comunión es el primer rasgo que la Iglesia debe testimoniar y ofrecer a los hombres. 

No hay que olvidar que incluso desde el punto de vista histórico, la Iglesia se presentó ante el mundo como el primer espacio de todos y para acoger a todos. Nunca antes ni después de la aparición de la Iglesia Católica y, concretamente, de la celebración de la Eucaristía, ha existido un ámbito vital que convoque y congregue a niños, mujeres, hombres, ancianos, de todas las culturas, pueblos, razas y lenguas. 
Es palpable en nuestras plegarias eucarísticas la invocación al Espíritu Santo para suplicar el don de la unidad de la Iglesia. En efecto, el Concilio Vaticano II expresó la autoconciencia eclesial en estos términos: “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano”. (Lumen Gentium, 1)

.- En nuestro mundo, tan lacerado por guerras, enemistades y odios, los cristianos deberíamos ser más incisivos en mostrar que por encima de barreras artificiales, raciales o ideológicas, todo hombre o mujer es hijo de Dios, redimido por Jesucristo, llamado a la Vida en el Espíritu, y por tanto, todos formamos una gran familia. 

Con incisivo ardor nos escribió al respecto el papa Juan Pablo II en su carta testamento para el Nuevo Milenio: “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. (Novo Millennio Ineunte, 43)

.- El Pontífice precedente no se detuvo en una exhortación general, sino que alargó su discurso hasta sorprendentes concreciones que tienen que ver precisamente con la vida espiritual

Es tan hermosa e iluminadora su reflexión que me permito citarla entera:

 “Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.

 Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.

 Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. 

Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. 

En fin, espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf Gál 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, másca- ras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”. (NMI, 43)


Espiritualidad del Dios con nosotros y para nosotros

.- Nuestro mundo occidental de hoy recibió de la Modernidad y del Iluminismo, entre otras herencias, la separación entre Fe y Razón. 

Eso se puede verificar en los divorcios que se han vivido entre Fe y Política, Fe y Moralidad, Fe y Ciencia. Si separación significa delimitación de campos y reconocimiento de la justa autonomía de las realidades temporales y de sus leyes específicas, eso es positivo y hasta loable. 

Pero esa separación lamentablemente se ha traducido en indiferencia, enemistad, hostilidad por parte de una concepción de la racionalidad hacia el ámbito de la fe y de lo religioso en general. Una Política que no toma en cuenta la dignidad del ser humano, imagen y semejanza de Dios, condujo a los grandes totalitarismos del siglo XX y sigue sembrando sufrimien- tos en muchísimos seres humanos de nuestro planeta. Una Moralidad que al desconocer los últimos fundamentos de qué es lo bueno o lo malo, termina por aceptar cualquier cosa y desconocer la diferencia. Una Ciencia de espaldas a Dios construye armas nucleares, bombas atómicas, deteriora el equilibrio del planeta, manipula la vida humana en el laboratorio como un conejillo de Indias, en vez de aplicarse a encontrar soluciones a muchos de los males que aquejan a la humanidad. 

Lo más triste es que todos estos procesos se han llevado a cabo en nombre de la libertad humana, pues se ha repetido hasta la saciedad que Dios, con sus normas y mandamientos, no nos dejaba desarrollarnos libre y plenamente. 

Aunque a muchos no les conviene reconocerlo, el único y gran perdedor de todo esto ha sido el propio ser humano. De hecho constatamos al final que muchos hombres y mujeres de hoy están más desorientados que nunca, son menos libres, y más esclavos de los bajos instintos, adorando nuevos dioses fabricados por los más astutos y, tantas veces, más pérfidos.

.- La Iglesia ha de mostrar al mundo contemporáneo, sobre todo con la vivencia de los cristianos, que Dios tiene que ver con nosotros, con nuestra vida, con la vida cotidiana de las personas singulares y también con la vida comunitaria, de las familias, de las sociedades, de los pueblos. 

Y que esa presencia de Dios cuando es acogida con autenticidad siempre es benéfica, positiva, catalizadora de lo mejor de lo humano. Así lo han evidenciado los santos, llenando de amor y de bondad su paso por esta tierra, prodigando misericordia y ternura a millones de huérfanos, niños y jóvenes, enfermos, ancianos, desamparados, excluidos so- ciales, encarcelados y pobres.

.- La Iglesia ha de destacar también la profunda armonía e imprescindible colaboración que debería existir entre la Fe y la Razón. 

Una Fe sin Razón degenera en emotividad pasajera o fanatismo religioso. Una Razón sin Fe pierde el horizonte amplio que hace hermosa y resplandeciente a la Verdad. Postular pues, la amistad sincera entre Fe y Razón, supone al mismo tiempo la convicción profunda de que el Dios revelado por Jesucristo no es enemigo de la libertad del hombre, sino justamente el garante de esa libertad, el pleno liberador del corazón humano. Benedicto XVI, dolido por la desidia espiritual de tantos que en el Occidente se avergüenzan de sus raíces cristianas, ha expresado de este modo su preocupación al respecto: “nuestra gran tarea ahora (...) es sacar nuevamente a la luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial. Por eso, creo yo, hoy debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios”. (Luz del mundo)

Espiritualidad de la misericordia y la compasión

.- El Evangelio está transido de misericordia desde sus primeras pági- nas hasta el final. Ya desde el anuncio angélico del nacimiento del Hijo de Dios se nos revela que su nombre es Jesús, y Jesús significa Dios que sal- va. Con toda Su Predicación y con Sus
Gestos, el hombre-Dios Cristo Jesús ha manifestado claramente que Él viene a buscar a los pecadores, los enfermos, los alejados; que nadie está excluido del Amor de Dios. Y así nos ha mostrado a Dios como Padre, invariablemente tierno y cariñoso con todos, pronto al perdón, invitando siempre a la reconciliación, haciendo fiesta por el hijo que regresa, colmándolo de abrazos y besos. La respuesta de Dios a la miseria humana, al pecado de los hombres es, pues, la misericordia y la compasión. La Iglesia debe brillar por esa misma actitud en su enseñanza y en su trato con todos los hombres y mujeres de hoy.

.- Si la Iglesia, por vocación y por misión, ha de ser un referente mo ral y espiritual para los pueblos, tiene que ser consciente que muchos en este mundo no le perdonarán ningún fallo, por pequeño que sea. Y lamentabl mente en los miembros de la Iglesia hay fallos, y algunos no pequeños. 

La Iglesia está formada por seres humanos, pecadores, falibles, llenos de defectos. No es comunidad de perfectos, aunque sea al mismo tiempo el hogar donde bebemos en la Fuente de la Santidad y del Amor. No por gusto comenzamos cada Eucaristía reconociéndonos pecadores e invocando la Misericordia de Dios. 

Me parece importante pues que los cristianos, en nuestro modo de vivir y de hablar a todos, debamos siempre manifestarnos con humildad, con sencillez, sin prepotencias ni arrogancias, y que esa Misericordia que reclamamos para nosotros mismos, la sepamos testimoniar y compartir con todo aquel que experimenta miseria en su propia existencia.

. –Si nuestros contemporáneos lograran percibir en nosotros un dinamismo permanente y humilde de mejoramiento, de búsqueda incesante de Dios, de conformación siempre creciente con el estilo y las opciones de Jesús, de reconocimiento sincero y com- prometido con nuestras infidelidades, siento que se sentirían más interpela- dos a ponerse en camino hacia Dios, porque nos descubrirían peregrinos humildes y no personas que han llegado a la meta, aunque la sepan cierta y se encaminen a ella.

2.- De todo lo anterior se deduciría un servicio inestimable a la comunidad humana, esto es, la posibilidad de establecer relaciones, entre personas y entre naciones, caracterizadas no por la arrogancia, el dominio o la manipulación, sino por la humildad, el respeto, la tolerancia y la misericordia. Y a la vez, estaríamos ofreciéndole al mundo las energías positivas que brotan de una dinámica del perdón, pues sin perdón –ofrecido y recibido- no hay verdadera sanación del alma de los individuos singulares ni de los pueblos.


Espiritualidad de la responsabilidad

.- Le escuché decir a alguien una vez que después de haber construido en Nueva York la Estatua de la Libertad, nos hemos quedado esperando la estatua de la responsabilidad. El pensamiento moderno recibió del cristianismo la noción de libertad, pero terminó ensalzándola en grado sumo y la concibió muchas veces ilimitada, creadora de valores, independiente, un absoluto. Libertad sin responsabilidad es capricho, es antojo, es divinización del yo, narcisismo camuflado.

.- La responsabilidad significa que hemos sido constituidos hábiles, capaces para responder. Por tanto, responsabilidad es una categoría dialógica, relacional. 

Significa que puedo responder a unas preguntas, a unas apelaciones, a una vocación. La Iglesia debe mostrar que esas exigencias que los cristianos descubrimos en nuestra relación con Dios, también los no creyentes o no cristianos podrían descubrirlas dialogando con ellos mismos, con lo mejor de su interioridad, donde se les revelaría la naturaleza humana, qué es ser hombre o mujer, qué significa eso, qué supone para nuestra manera de vivir, de pensar, de optar, de situarnos en la vida. Al responder adecuadamente, nuestra libertad es liberada y nos hacemos más plenos y más humanos.

.- Hay una serie de esferas don-de urge revitalizar la responsabilidad humana y la Iglesia está dispuesta a ofrecer su contribución. Necesitamos vivir, por ejemplo, una relación con el trabajo, con la sociedad, con la política, con la patria, que sea responsable, de tal manera que nuestros esfuerzos se vean orientados al bien común y no solo a la búsqueda o satisfacción de los bienes individuales. 
Somos responsables todos del bien de todos, del bien de la familia, de la comunidad, de la nación, de la humanidad. Por eso mismo, la Iglesia alienta siempre a los gobiernos y a los pueblos para que se garanticen los espacios para el ejercicio de la res- ponsabilidad personal en los ámbitos económicos, políticos, sociales, educa- tivos y de los medios de comunicación; y los considera imprescindibles para el desarrollo de la libertad del ser humano.

.- Proponemos vivir igualmente una sexualidad responsable, plenamente humana, orientada al amor y a la vida dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer. Necesitamos vivir la responsabilidad y el respeto por la vida, desde la concepción en el vientre materno hasta el ocaso natural de la persona. Deberíamos ser responsables en los compromisos y empeños que asumimos en la vida, en la fidelidad a la esposa o al esposo, a los hijos, a los ancianos o enfermos de la familia o del entorno, a los amigos, a la palabra dada. Deberíamos ser coherentes de tal manera que nunca mostremos, aparen- temos o digamos nada que no exprese real y cortésmente lo que somos, lo que pretendemos, lo que queremos: eso confiere autenticidad.

.- Una responsabilidad ineludible en la hora presente es la que tiene que ver con la preservación de la paz y la salvaguarda del medio ambiente. Desde la familia, y también en la escuela, en las comunidades religiosas y en todas las realidades asociativas se ha de promover y cuidar una cultura de paz. 
La paz, que se da plenamente cuando hay justicia y respeto, es responsabilidad de todos. Por eso se han de evitar palabras, actitudes y comportamientos violentos que no contribuyen a generar un mundo más fraterno y pacífico.

.- La Iglesia está también preocupada por los desequilibrios provocados en el clima del planeta e invita a todos, grandes y pequeños, a revertir esa situación justamente apelando a la responsabilidad que tenemos de cara al presente y al futuro de la humanidad. Unido a esta ecología exterior, del ambiente globalmente considerado, la Iglesia propone una ecología interior, del corazón, sin la cual no se darí efectivamente la anterior, pues difícilmente brotará el respeto y el cuidado hacia los recursos del planeta cuando el corazón humano desprecia la vida y está lleno de egoísmos, ambiciones y mentiras.


Espiritualidad del diálogo

.- El mundo en general y cada persona singular manifiestan buen nivel de madurez cuando son capaces de diálogo, de inclusión, y asumen la vida con un talante dialogante. En teoría la democracia quiere ser un modo de articular socialmente la vida de las personas donde todo el mundo pueda convivir respetándose y dirimiendo las divergencias a través del diálogo. El pluralismo cultural, religioso y político que caracteriza esta época de la historia nos pide con urgencia ser entrenados y entrenadores a su vez del diálogo. Este entrenamiento debe comenzarse en las familias, en la escuela, y encontrar amplio apoyo en las comunidades religiosas, los medios de comunicación, los distintos partidos políticos y los gobiernos en general.

.- La Iglesia siempre apoya y apuesta por el camino del diálogo, las vías diplomáticas y no violentas como el medio más apto para resolver conflictos entre los Estados o entre diversos grupos dentro de una misma nación. 
Es conocida y apreciada en muchas partes del mundo la función mediadora de la Iglesia, gracias a la cual no pocas situaciones delicadas han podido encontrar el cauce para su solución.

.- Para los cristianos, además, es de vital importancia el diálogo interreligioso y el diálogo ecuménico. Estas instancias dialógicas suponen una profundización por parte de los cristianos en la fe y las creencias de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad y las diferentes confesiones cristianas. Se ha de destacar siempre que la religión, cuando se vive auténticamente, es un factor de paz, de cohesión moral, de humanización. En efecto, sería de desear un testimonio más fuerte de unidad entre todos los creyentes en Dios y todos los seguidores de Cristo, de tal manera que los demás seres humanos descubran en nosotros un respeto pro- fundo por la dignidad y los derechos de todos los hombres, una eticidad compartida y una voluntad de servicio y de sincera cooperación con todo lo bueno y noble que surja, venga de donde venga.


Espiritualidad de la caridad

.- Seguramente el mundo actual ha progresado mucho y más rápidamente que en el pasado. Son innegables los avances de la ciencia y de la técnica en el ámbito de la informática, la biotecnología, la medicina, la mecanización para mejorar la producción de bienes y servicios, la exploración del espacio sideral, entre otros. Nos quedamos asombrados de las posibilidades de la comunicación en lo que se ha dado en llamar aldea global. Pero precisamente por tanto progreso es que nos parece inconcebible y nos entristece aún más el panorama de innumerables seres humanos que pasan hambre, que no tienen techo digno, sufren enfermedades que podrían erradicarse, no cuentan con acceso a la educación ni al arte, viven lejos de su patria y su cultura y se sienten ciudadanos de segunda categoría, pues ya no aparecen ni en las estadísticas ni en nada porque los hemos
excluido de todos nuestros análisis y, lo que es peor, de nuestros corazones. Toda esta situación se ha agravado por la crisis económica mundial que desde hace años afecta en mayor o menor medida a todos los pueblos, y obviamente afecta sobre todo a los más empobrecidos.


.- A las pobrezas de siempre, las más comunes, hoy se añaden las nuevas pobrezas. Estas pueden incidir también en personas o grupos que no están desprovistos de recursos económicos. Me refiero a los que experimentan profunda soledad porque son ancianos o enfermos, a los que no se saben que- ridos, a los que se descubren vacíos y sin sentido para vivir. En muchos ambientes se sigue marginando a la mujer, al de raza diferente, al homosexual, al que políticamente piensa distinto, al que profesa una determinada fe religiosa. Y entre muchos jóvenes, y también adultos, la plaga de la droga, el sexismo, el alcoholismo y la falta de empleo manifiestan otras pobrezas con daños profundos y serios.

.- Los cristianos debemos ser diáfanos y creativos para ejercer la caridad en los ámbitos antiguos y nuevos. Esto es intrínseco al cristianismo porque la Biblia nos dice que Dios es Amor y que no se lo ama si no se ama al hermano. 
La exigencia del amor al prójimo, pero especialmente al más necesitado, incumbe a la Iglesia como comunidad y a cada cristiano individualmente considerado. Aquí se juega la credibilidad del Evangelio. En su Carta para el Nuevo Milenio, ya citada, Juan Pablo II lo formuló así: “tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el ries- go de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos so- mete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras”. (NMI, 50)

CONCLUSIONES

.- Soy consciente de que, ante la propuesta que he intentado explicitar, se pueden experimentar diversas reacciones. 
Creo, sin embargo, que muchos no creyentes y no cristianos, quizá hasta más de los que imaginemos, podrán compartir con nosotros la sustancia de la oferta presentada. Comprendo que se puedan distanciar de los cristianos en los fundamentos últimos sobre los que asentamos esa espiritualidad y aun en la concepción sobre los medios para llevarla a la práctica.
 A todos les pediría dejaran la puerta abierta al diálogo y, al mismo tiempo, los invitaría amablemente a que comenzaran a convertir en obra esos rasgos de la espiritualidad cristiana que hemos querido compartir. Los frutos, que no se harán esperar, hablarán mejor que todas estas palabras.

.- Pero lo más triste para mí sería saber que en el ámbito propio de los cristianos las propuestas de Jesús y de la Iglesia nos suenen a frases bonitas pero irrealizables, a exhortaciones utópicas que no tengan nada que ver con el mundo real. Y nos parezca que la invitación de Jesús al amor, a la misericordia, a la humildad, a la responsabilidad, no podrían cambiar nada en el mundo tan complejo en que vivimos. Se repite así en cada época de la historia la perplejidad y la confusión del Bautista, que había anunciado la venida del Juez poderoso que transformaría el mundo y ahora, oyendo que Jesús es mansedumbre y misericordia, siente que no ha cambiado mucho. Entonces manda, desde la cárcel, a que le pregunten a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otros?”

.- El pasado 12 de diciembre, el papa Benedicto XVI visitó una parroquia romana y allí comentó ese texto con improvisadas y sentidas palabras. Dijo el Santo Padre: “En los últimos dos o tres siglos muchos han pregun- tado: ¿Realmente eres tú o hay que cambiar el mundo de modo más radi- cal? ¿Tú no lo haces? Y han venido muchos profetas, ideólogos y dictado- res que han dicho: ¡No es él! ¡No ha cambiado el mundo! ¡Somos nosotros! Y han creado sus imperios, sus dicta- duras, su totalitarismo que cambiaría el mundo. Y lo han cambiado, pero de modo destructivo. Hoy sabemos que de esas grandes promesas no ha quedado más que un gran vacío y una gran destrucción. No eran ellos.
“Y así debemos mirar de nuevo a Cristo y preguntarle: ¿Eres tú? El Señor, con el modo silencioso que le es propio, responde: Mirad lo que he hecho. No he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido muchas luces que forman, a la vez, un gran camino de luz a lo largo de los milenios”. (Homilía en la parroquia de San Maximiliano Kolbe, L’Osservatore Romano del 19 de diciembre de 2010). Y prosiguió el Papa hablando de Maxi- miliano Kolbe, Damián de Veuster (el apóstol de los leprosos en Molokai) y la Beata Madre Teresa de Calcuta. En efecto, solo los santos cambian el mun- do en positivo, lo hacen mejor, más humano. Ellos son como luces peque- ñas, tantas veces en medio de la noche, pero lo que hace hermosa a la noche son la luna y las estrellas. Los Santos Padres hablaron de la Iglesia como de misterium lunae, esto es, misterio de luna, porque no tiene luz propia, sino que refleja la luz del sol, que es Cris- to.
38.- Cuando ya me dispongo a concluir esta ponencia, una noticia me llena de alegría. El próximo 1° de mayo, coincidiendo con el domin- go de la Divina Misericordia, el papa Benedicto XVI beatificará a Juan Pa- blo II, pues se ha aprobado por todas las instancias el milagro que viene a coronar el largo proceso de la beati- ficación. En la noche de este mundo, brillará otra estrella. Y pienso en- tonces que Juan Pablo II cambió el mundo que le tocó vivir, porque se tomó en serio la espiritualidad cris- tiana, nos mostró que era realizable, posible y sobre todo, luminosa.
 

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