Rodrigo POLANCO, Hans Urs von Balthasar II. Aspectos centrales de su Trilogía, Ediciones Encuentro, Madrid 2021,

 Teología y Vida 63/1 (2022) 121-127 |121

Presentación de libros


Rodrigo POLANCO, Hans Urs von Balthasar II. Aspectos centrales de su

Trilogía, Ediciones Encuentro, Madrid 2021, 548 p. ISBN 978-84-1339-

079-6


En este segundo libro sobre la teología de Balthasar (H. U. von Balthasar II. Aspectos centrales de su Trilogía), el profesor Rodrigo Polanco comienza en su prime rcapítulo con la Revelación de la gloria del Padre en la manifestación [y] ocultamiento [paradójico] de la encarnación). 

El núcleo o centro del cristianismo es la figura objetiva de Cristo percibida por la fe del creyente. En nota Polanco recuerda las justificadas críticas de Olegario González de Cardedal a la traducción de Gestalt por forma y no por figura.

Esta última alude a extensión, espesor, contorno y envoltura, pero lamentablemente la mayoría de las veces se queda con la palabra forma, con el costo que esto conlleva, en un concepto tan central de la Estética teológica.

Al revelar Jesús al Padre en el Espíritu, manifiesta la realidad interna de Dios, que es una realidad trinitaria. 

Jesús revela la gloria de Dios. Muestra al Padre en su carne y bajo sus condiciones.

La figura de Jesús remite al fundamento que no solo se oculta en la figura, sino que se revela en su ocultamiento. La figura es perceptible como figura sensible y como expresión de Dios. 

En la figura, la Palabra es un despertar y un llamado que garantiza la libertad del creyente.

Jesús es un tú que llama a cada uno por su nombre.

El valor universal de la figura concreta de Jesús brota del horizonte humano abierto en la vida de Jesús, que con su resurrección ha iluminado todo destino humano. Su vida, muerte y resurrección, al asumir todo lo humano, y hacerlo trascender hacia Dios, le hace adquirir un valor universal y escatológico.

Después de la resurrección, el Espíritu universaliza la obra de Cristo. Jesús es expresión, imagen y palabra de Dios. 

En el Antiguo Testamento la gloria aparece como majestad, alianza, gracia y fidelidad de Dios. Jesús sintetiza y culmina la gloria en el NuevoTestamento, con su autoridad o pretensión, donde, después de la resurrección, el acento pasa del reino de Dios a la figura misma de Jesús. La Palabra asume la pobreza y finalmente se hace silencio en la cruz, que es paradójicamente expresión definitiva de la gloria. Allí el Hijo por amor asume y borra los pecados del mundo.

La gloria muestra diversos contenidos: imagen de Dios (Padre) invisible, que se da e

impone en quien contempla y percibe la figura provocando una suerte de éxtasis. Ante la gloria que se oculta, los autores del Nuevo Testamento la dejaron transparentar en el Jesús terreno: en sus milagros, parábolas, transfiguración, etc. Polanco muestra con acierto que, desde su formación filológica, Balthasar utiliza con libertad el método histórico-crítico, siempre desde la articulación de la parte en el todo, en la unidad orgánica del conjunto, evitando toda disección analítica del objeto tratado, todo esto según su inspiración en el realismo de su maestro Goethe, como lo reconoce en diferentes ocasiones.


En su segundo capítulo (Trinidad y existencia del «otro» en Dios), el autor encuadra trinitariamente su presentación de la Trilogía balthasariana. Con un acento personalista y el amor esencial como característica fundamental del Dios Trino.

Parte de este modo de las procesiones personales a partir del Padre. Así el Hijo es expresión de amor y exégeta del Padre, y el Espíritu brota principaliter del Padre y acompaña desde siempre la generación del Hijo. Habla de la reciprocidad de amor entre las distintas personas, que se abren en las misiones libremente, en la economía de la salvación. 

Por su parte ve en la creación vestigios trinitarios que permiten hablar de Dios. Siempre la analogia entis guía su reflexión trinitaria.

Considera las positividades que suponen la existencia de las personas trinitarias: tanto la distancia del otro como la pasividad que deja ser y hacer al otro y conlleva la sorpresa de su existencia. El Padre engendra y deja ser al Hijo en el Espíritu. El

Hijo, por su parte, deja ser al Padre. Se trata de un dar, recibir, dejar ser y hacer al otro fundado en su carácter de personas como subsistencias relacionales.

Hay una positividad del espacio y del tiempo para dar lugar a la libertad del que dona y del que es donado.


En el tercer capítulo vemos la relación entre la libertad infinita y finita, que constituye el núcleo de la Teodramática, tal como se da en la relación entre el Dios Trino

creador y redentor (libertad infinita) y el hombre (libertad finita).

Se da una relación de alteridad y oposición entre la libertad infinita de Dios y la libertad finita del hombre en el abismo que se produce entre la santidad de Dios

y el pecado del hombre. Polanco muestra con acierto el desarrollo balthasariano de una teología de la libertad (finita) del hombre de cara a la libertad (infinita) de

Dios. La autopresencia (conciencia) del yo del hombre se articula consu apertura a la trascendencia. El hombre tiene un autodinamismo (autokineton) que se realiza y desarrolla en el espacio donado por la libertad divina.

La libertad finita como asentímiento al don se concreta y actualiza en la libertad infinita.

Solo actúa con y en la libertad infinita y participa de ella. En virtud de su latencia (zim zum), Dios abre espacio para que su creatura practique su libertad (parábola de los talentos, Mt 25,14-30) y se abra a la posibilidad de error en la libertad finita.

Se trata últimamente de reconocerse como don en el mismo Hijo por el nexo que es gracia. La presencia del donante en el don y la apertura de la libertad infinita le permite a la libertad finita abrirse a la trascendencia, en recepción y acción de gracias, y en la oración filial en Jesús hacia el Padre. Oración que lleva a la aceptación de la misión.


En lo que atañe a la teología cristológica de la historia, en elcapítulo cuarto, dentro del marco de la Teodramática, Balthasar muestra que, en Jesucristo, el Hijo encarnado, Dios aparece en la escena del mundo en su Hijo, que es exégeta o intérprete del Padre.

De modo que Dios actúa en el Hijo, en la creación y en la historia. Así Polanco muestra cómo las personas trinitarias se involucran en el Teo-drama. Por su parte, el hombre, en su libertad finita, es invitado a vivir su misión a la vez dócil y creativamente.

La historia se encuentra bajo el signo del Apocalipsis y, consiguientemente, bajo el signo de la lucha junto al Cordero. Cristo es el centro teológico determinante de la historia. En la teodramática hay una primacía vertical en la que toda historia es referida y elevada al Señor glorificado que ha alzado al sobretiempo toda la historia:

vida, muerte y resurrección. La pretensión de Jesús determina toda la historia: ”El que no está conmigo está contra mí […] el que no recoge conmigo, desparrama”

(Mt 12,30).


En el quinto capítulo, Vida humana del Verbo hecho carne, y respecto al ser de Jesús, a su ontología, Polanco explica y sintetiza muy acertadamente la constitución de su persona como misión trinitaria, así como muestra su autoconciencia –al mismo tiempo inmemorial y progresiva– en el desarrollo de su historia personal. El eje de la missio desde el Padre no obsta al desarrollo de su conciencia en el curso de una auténtica vida humana, entretejida en el juego de su propia libertad y las libertades de los hombres.

Balthasar se apoya en Rahner y en otros teólogos contemporáneos,así como expone la fe de Jesús (Heb 12,2, texto curiosamente omitido por Polanco), entendida esta en sentido análogo en él y en nosotros. La fe se articula con una visión de su misión, lo que supone una visión del Padre, no bienaventurada.


Respecto a la soteriología balthasariana, sexto capítulo, quedan bien expuestos los cinco motivos neotestamentarios (entrega paterna, cambio de puestos, liberación del pecado, introducción en la filiación y origen en el amor trinitario por el hombre).

La traducción de Stellvertretung por sustitución nos parece cuestionable por la posible derivación en reemplazo, y su posible sabor luterano, según ya lo advirtió

Kasper en su cristología.

Se insiste en las kénosis trinitaria, creacional y de la cruz, lo que supone a nuestro criterio forzar las analogías, habida cuenta del diálogo con Krenski, donde Balthasar devalúa su propia afirmación, según lo viéramos en la recensión de la primera parte de esta obra (cf. “Notas bibliográficas”, Revista Teología 58 [2021] 183-202).

La presentación de Raymond Schwager nos parece demasiado breve, ya que el profesor de Innsbruck no solo complementa, sino que corrige a Girard, y lo lleva a la fe y a la aceptación del sacrifico de la cruz y el mensaje de la carta a los Hebreos.


En el capítulo siguiente, séptimo, El Espíritu Santo en la glesia y el mundo, el profesor Polanco presenta y sintetiza, con claridad y en forma convincente, la concepción balthasariana de la participación de María-Iglesia en su ofrecimiento representativo inclusivo por todos, con su recepción de la filiación adoptiva y la redención como libertad liberada del pecador.

Queda así puesto de relieve que el don salvífico por excelencia, obtenido en el misterio pascual, es el don del Espíritu Santo, desarrollado en este capítulo (Teológica III). Se trata del Espíritu de nuestra filiación recuperada en Cristo. La misión del Espíritu, exégeta, explicador e intérprete de Cristo, Espíritu que lleva a la verdad completa, que se articula en la misión del mismo Cristo, y que actualiza y universaliza su obra, de una manera peculiar en la celebración litúrgica. Espíritu

paráclito, abogado intercesor y consolador, que introduce, guía y acompaña en la vida filial, con su libertad y la apertura al testimonio. El Espíritu forma la Iglesia, tanto en la inspiración de la Tradición, la Escritura y el ministerio, como en la liturgia

celebrada, recién mencionada. Pero también, Espíritu enviado al mundo, en una perspectiva escatológica abierta a la consumación final.


En el capítulo octavo, La Iglesia respuesta humana «concentrada» a la Palabra encarnada, el autor trata explícitamente la eclesiología balthasariana en la Trilogía. La idea central es la de la Iglesia como respuesta (Antwort) a la Palabra (Wort) que es el Hijo encarnado. Polanco desarrolla muy acertada y prolijamente la receptividad

femenina de la Iglesia-María, en tiempos conflictivos de género como los nuestros, sin renunciar a la “existencia en recepción”, concepto trinitario clave de toda

la teología de Balthasar, a partir de su Hijo Jesucristo que se recibe del Padre. La Iglesia es esposa y cuerpo de Cristo (Pablo), y allí María aparece como la creyente

perfecta, prototipo real y realizado, y centro personal de la Iglesia. No solo con su sí de la anunciación es madre, sino que en la Cruz como esposa recibe el sacrificio del Hijo y se asocia a él.

Existe una tensión entre nupcialidad e institución, donde esta se encuentra al servicio de aquella. La Iglesia continúa la obra de Cristo. Y en ella se dan cuatro experiencias arquetípicas: petrina institucional con el ministerio apostólico, paulina imprevista y carismática, joánica contemplativa, que sintetiza las dos anteriores, y la experiencia mariana, abierta en su sí a todo cristiano.

Explica la relación de la Iglesia e Israel, y con las diversas religiones. En Cristo, Israel se trasciende a sí mismo. La elección mantiene a Israel en tensión hacia lo que está llamado a ser en relación a Jesús. Habla de la Ecclesia ab Abel. Y de la vocación

a salir a los pueblos para anunciar la verdad y al mismo tiempo no dejar que se fragmente sin dejar de unirla en su unidad. Se trata de entrar en las culturas a evangelizar, evitando disolverse en ellas.

La Iglesia es siempre un pequeño rebaño de pocos y pobres, de justos y pecadores,

acompañada por el Espíritu. Ella prolonga el misterio de Cristo después de la resurrección.

Constituye el Cuerpo particular (eclesial) de Cristo universalizado, con tensiones. La Iglesia sacramento se construye permanentemente por la auto donación

eucarística de Jesús y su acogida.

Enseña y dona la Palabra en el sacrificio eucarístico. Ella es sacramento para el mundo como también lo es cada cristiano.


El capítulo noveno trata sobre la escatología cristológica (Escatología desde la esperanza cristológica). Cristo revela el sobre tiempo de Dios (no su eternidad),

que abraza a los pecadores de todo tiempo y al mismo tiempo sintetiza en sí el tiempo del mundo. 

La consumación escatológica cristiana es una realidad cristológica mediada por la

participación por el Espíritu en la salvación de Jesús. El sobretiempo de Dios lo hace coextensivo a todos los momentos de la historia del hombre. El tiempo final, ya prefigurado en el Antiguo Testamento como día de Yahvé, comenzó con la muerte y

resurrección de Cristo, y el juicio tiene lugar en su muerte.

Respecto al misterio de la condena hay que elegir un camino entre la frialdad frente a

la condena de muchos y la apocatástasis (salvación de todos), que puede conllevar la banalización y consistencia de la libertad del hombre. Pablo, los sinópticos y Juan ven en la muerte y resurrección de Cristo el juicio de Dios sobre el mundo, asociado

a la vida presente del creyente. En Dios se da un pathos o sufrimiento de amor, como vemos en las lágrimas de Jesús sobre Jerusalén. Polanco presenta un largo desarrollo sobre la posibilidad del infierno, junto al deber de la esperanza de salvación de los hombres, inspirado en la mística y reflexión de los santos. Respecto

al juicio, Balthasar tendería a unificar en el juicio y resurrección final el juicio particular, poniendo entre paréntesis en alguna medida el tiempo intermedio (sin

embargo, “nous ne savons rien”, me dijo Balthasar personalmente en una conversación sobre el tema). Por su parte, el purgatorio es visto como una dimensión del encuentro con Cristo que juzga.

El Resucitado ilumina y nos hace vislumbrar nuestra consumación en Dios trino. Nada se pierde en Dios, sino que permanece presente y adquiere su último sentido. El Resucitado recibe en la eternidad la vida vivida de modo terrenal. La ascensión al Padre es entonces la creación y apertura del cielo, una nueva creación que llega al Dios trino. Desde el hombre, significa la conformación definitiva a la idea de Dios sobre él. El cielo conlleva la incorporación de los bienaventurados en Dios, en forma trinitaria. Esto supone el nacimiento filial, generados en el Hijo y la participación en recepción según el arquetipo de maría Las imágenes bíblicas del banquete , de la boda, y su consumación eucarística, ayudan a tantear el misterio de la bienaventuranza.



Para concluir, digamos que nos encontramos ante un ensayo expositivo de gran calado, que excede a una mera introducción.

El trabajo de Polanco es serio, fiel hasta el extremo, benevolente, quizás insuficientemente crítico y voluntariamente empático, exigente, preocupado por un fundamento metafísico consistente, muy valioso y abarcador al tratar la monumental Trilogía. Más que un trabajo realmente introductorio, pedagógico, para llevar del lector al autor, se trata de unaobra sistemática de gran validez.

Alberto ESPEZEL

Pontificia Universidad Católica Argentina


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