Credo del Pueblo de Dios (30 de junio de 1968) | Pablo VI




Credo del Pueblo de Dios (30 de junio de 1968) | Pablo VI

PABLO VI

CREDO DEL PUEBLO DE DIOS

Solemne Profesión de fe que Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968,
al concluir el Año de la fe proclamado con motivo del XlX centenario
del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma
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Unidad y Trinidad de Dios


8. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles —como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida— y de las cosas invisibles —como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles[1]— y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal[2].

9. Creemos que este Dios único es tan absolutamente uno en su santísima esencia como en todas sus demás perfecciones: en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y caridad. 
Él es el que es, como él mismo reveló a Moisés (cf. Ex 3,14), él es Amor, como nos enseñó el apóstol Juan (cf. 1Jn 4,8) de tal manera que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma divina esencia de aquel que quiso manifestarse a si mismo a nosotros y que, habitando la luz inaccesible (cf. 1Tim 6,16), está en si mismo sobre todo nombre y sobre todas las cosas e inteligencias creadas.

 Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de sí mismo, revelándose a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar, aquí, en la tierra, en la oscuridad de la fe, y después de la muerte, en la luz sempiterna. Los vínculos mutuos que constituyen a las tres personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender de modo humano[3].

Sin embargo, damos gracias a la divina bondad de que tantísimos creyentes puedan testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad.



10. Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos.
 Así, en las tres personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí [4], la vida y la felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia suma y gloria propia de la esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la trinidad y la trinidad en la unidad [5].

[1] Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius: Denz.-Schön. 3002. 

[2] Cf. enc. Humani generis: AAS 42 (1950) 575; Con. Lateran. V: Denz.-Schön. 1440-1441.

[3] Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius: Denz.-Schön. 3016. 

[4] Símbolo Quicumque: Denz.-Schön. 75.

[5] Ibíd.

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