Mártires de la Alpujarra en la Rebelión de los Moriscos (1568

Mártires de la Alpujarra en la Rebelión de los Moriscos (1568)


Francisco A. Hitos 

  • Título: Mártires de la Alpujarra en la Rebelión de los moriscos : (1568) / Francisco A. Hitos; ensayo introductorio Manuel Barrios Aguilera 
  • Autor: Hitos, Francisco A., S.I
  • Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999






No cabe duda que en Ohanes toma la persecución un carácter religioso más acentuado. Algunos historiadores, entre ellos Herrera, habla de un sacrificio que los moriscos ofrecieron de doncellas y de sacerdotes para obtener el favor de Dios en su causa. En Ohanes, lugar áspero y fragoso, según la expresión de Escolano, se reunieron 25 doncellas, traídas de otro lugares de la taha de Marchena, tal vez por lo fuerte del castillo y lugar de defensa.

Antolínez dice que fueron los moriscos los que las llevaron a Ohanes, mientras Escolano atribuye este hecho a los parientes de las doncellas. En ambos casos resulta que estas doncellas eran jóvenes escogidas y principales. Si fueron sus padres, se comprende fácilmente que quisieran quitar este cebo a la lujuria de los musulmanes y ponerlas en lugar seguro. Si por el contrario fueron los moriscos, no se explica este afán de llevar estas doncellas a Ohanes, sino por ser gente muy selecta y a propósito para ofrecer un sacrificio a Dios y a su profeta, meditando algún plan diabólico con que poner en ejecución su refinada crueldad. Sea de ello lo que quiera, no se puede dudar de que las doncellas cayeron en poder de los moriscos, los cuales hicieron con ellas lo que de tal gente podía esperarse. Persuadiéronlas con ruegos y caricias dejaran la fe. Y como con tales armas nada consiguieran de ellas, dejaron la fingida piedad y compasión que de su tierna edad y juventud mostraban tener, y apelan al arma más poderosa que la misma muerte para vencerlas, dado el recato y vergüenza de las doncellas. Desnudaron en carnes a las doncellas, y entre estremecimientos y miedo de ser violadas, y llenas de vergüenza, sacáronlas al campo, y las ataron fuertemente a unos morales, y ejercitaron en ellas un terrible y extraordinario martirio. Trajeron cantidad de zarzas, y, revolviéndoselas a sus castos y delicados cuerpos, tiraban estos sayones con fuerza por el remate de las zarzas, y así hacían que las puntas las hiriesen y penetrasen, rasgando sus carnes. Renovaron muchas veces este género de tormento en todas estas santas doncellas, y aunque tan inhumano y cruel, pareciéndoles sin duda poca cosa, las pusieron por blanco de sus saetas y arcabuces, e hirieron con tantos tiros, que en breve alcanzaron la corona del martirio, juntamente con la palma de la virginidad.

Quedaron sus cuerpos en el campo en manos de los muchachos, que después de haberlos arrastrado, los dejaron entre unos zarzales, donde los halló el Marqués de los Vélez, y con piedad cristiana los hizo enterrar, sin que se haya sabido dónde. Así cayeron tronchadas estas veinticinco azucenas, embellecidas con su propia sangre, y ofreciendo a los ojos de Dios y de los ángeles, entre la blancura de su alma y el rojo de sangre virginal, un espectáculo grandioso sobre toda ponderación. Bandada de palomas que levantó el vuelo en la tierra y penetró en el cielo, como el alma de Santa Escolástica, para incorporarse a aquel coro de vírgenes que acompañan con sus cánticos al Cordero. Émulas de Santa Cecilia, Santa Inés, y tantas de los albores del cristianismo, venían a demostrar cómo no se acaba en la Iglesia la raza de las heroínas de la virginidad y del martirio, que en cuerpos débiles encierran almas de férrea voluntad, personificación de la más tierna piedad e invicta fortaleza. Si es cierto que aquellas veinticuatro cabezas que encontraron en la iglesia era un presente al reyezuelo, por la calidad de las personas inmoladas se ve desde luego por ambos hechos, que en Ohanes se había reunido la flor de los cristianos viejos de la taha de Marchena, y que aquí murieron en estas dos terribles carnicerías.

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