Las lavanderas del río manzanares


Dos oficios atribuidos a la mujer que sufrieron el estigma de mala fama

Lavanderas e hilanderas son dos ejemplos que alejan la idea de que la mujer trabajadora es un invento de la industrialización.

Lavadero en el Manzanares, de Eusebio Pérez Valluerca. 


En el río Manzanares, durante siglos, existió una actividad que conformaría con el tiempo un importante sector laboral. Dicha actividad, por su cuantía e importancia, podría ser considerada como una subindustria. Nos referimos al trabajo de las lavanderas, unas mujeres que carecieron de agrupación gremial y que, consecuentemente, vivieron exentas de cualquier derecho. Su labor contó con la peculiaridad de poder cambiar el paisaje de las vistas externas de la ciudad desde las dos riberas del río, formando extensos campos de sábanas y ropa blanca colgada, lo que da idea de la cantidad de trabajo que allí se generaba. 

Trabajadoras incansables, las lavanderas se ganaron el jornal con uno de los oficios más duros del entorno urbano. Físicamente sufrieron múltiples problemas de salud y serias secuelas, al estar en continuo contacto con el agua y en cualquier estación del año; soportaron el calor extremo del agosto madrileño e introdujeron sus brazos en las gélidas aguas procedentes del Ventisquero de la Condesa durante el invierno. 


De entre todas las enfermedades que sufrieron, cabe destacar las más devastadoras: la artrosis y la pulmonía. Para atender esa precariedad, en enero de 1872 se inauguró el Asilo de Lavanderas, que funcionó como un pequeño hospital, y que contaba con una “guardería” donde poder dejar a resguardo a menores de cinco años. También ejerció una función humanitaria al escuchar las solicitudes de alimentos en momentos de hambruna.

Además, las lavanderas sufrieron el estigma de mala fama. Frecuentaron los alrededores “mirones” que allí podían encontrar fácilmente mujeres jóvenes que dejaban al descubierto parte de sus brazos y piernas, por ese afán que requería el trabajo, circunstancia que, parece ser, les concedía la licencia del acoso, las vejaciones y posiblemente otros delitos sexuales. Las lavanderas fueron especialmente vulnerables en los trayectos desde el centro de la ciudad hasta el río; no hay que olvidar que el Manzanares se encuentra en la parte más baja de Madrid y que se accede a él por calles muy empinadas, como la calle de Segovia, o la calle de Toledo, y que estos trayectos tuvieron que realizarlos cargando grandes cestos repletos de ropa que, por otra parte, estaban obligadas a custodiar.

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