Seis vocaciones en la iglesia Reseña de Pablo Blanco



BIBLIOGRAFÍA: RESEÑAS DE LIBROS 

482 SCRIPTA THEOLOGICA / VOL. 57 / 2025 

Fernando SEBASTIÁN AGUILAR, Seis vocaciones en la Iglesia, Madrid: BAC 

(«Colección Popular», 258), 2023, 312 pp., 13 x 21, ISBN 978-84-220-2283-1. 

Como el nombre indica, el que fue arzobispo de Pamplona y Tudela analizó las principales vocaciones en la Iglesia, y lo hace con la finura y el sentido eclesial que le caracterizan, además de con un estilo claro y sencillo, directo y esencial, con la franqueza de un buen aragonés. Las seis vocaciones analizadas son los laicos, la familia, la “vida de especial consagración”, las vírgenes consagradas, los institutos seculares y el sacerdocio. Notable resulta la caracterización de la “vida de especial consagración”, pues considera a todos los bautizados ya consagrados a Cristo en el Espíritu, a lo que se añade una “especial consagración” que se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos y por el testimonio escatológico que ofrecen a todo el pueblo de Dios. En este sentido, recuerda cómo el concilio Vaticano II afirmó que la vida religiosa resulta esencial a la Iglesia y, sin ella, esta se encuentra incompleta (cfr. pp. 123ss.). 
Junto a esto recuerda la institución de las vírgenes consagradas, presente desde los comienzos de la Iglesia, y que identifica con un modo particular de vida religiosa y la cual merecería la pena desarrollar en la actualidad (cfr. pp. 209ss.). 

De modo análogo, revindica la actualidad y el futuro de los institutos seculares como una forma de espiritualidad religiosa, pero vivida en medio del mundo. Es decir, con una doble nota de secularidad y consagración que se dan en distintas proporciones, dependiendo de las diferentes instituciones (cfr. pp. 177ss.). Respecto al sacerdocio, presenta una visión peculiar, pues –por ejemplo– rechaza el término “sacerdote secular”, pues le parece contradictoria. 

De igual manera, no le parece adecuado el término “laico” para denominar la mayoría de bautizados sine addito en la Iglesia, prefiriendo el término “seglar”, ya que también existen “religiosos laicos”, es decir, los legos. 

Así, divide el pueblo de Dios en seglares y consagrados por un lado, y clérigos y laicos por otro (ordenados y no ordenados). El detallado cuadro que ha realizado hasta ahora parece, sin embargo, menos detallista cuando se refiere a las realidades seculares en la Iglesia. Defiende 
con valentía la importancia de la familia, como vocación y prioridad fundamental, y como la mejor de las aportaciones a la sociedad. 

Realiza también un llamamiento a ser “abiertas responsablemente a la vida” (p. 81). 

En efecto, al referirse a los laicos, los fundamenta en el bautismo y en la índole secular como lugar eclesiológico para ellos. 

Tienen el mundo como tarea, con la pretensión de construir en él el reino de Dios. Sin embargo, cuando se refiere a su colaboración en la misión de la Iglesia, parece referirse más bien al “apostolado seglar organizado”, más que una consecuencia directa de su vocación bautismal. Además, parece casi identificar la vocación laical con la vocación al matrimonio. “El matrimonio es un elemento esencial de la vida secular humana. Sin él no hay verdadera secularidad. 

Y con él no hay vida de especial consagración” (p. 190). ¿Y qué son entonces los laicos que no contraen matrimonio, como hicieron los ascetas y las vírgenes en la primitiva Iglesia y como ocurre con cierta frecuencia en la actualidad? En estas páginas el desarrollo parece más programático que orgánico, aunque sería esta la única objeción a esta interesante fenomenología de las vocaciones en la Iglesia.

Pablo BLANCO

Universidad de Navarra

DOI 10.15581/006.57.2.482

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