¿Por que la necesidad de la reconciliación y la penitencia?
º Por que la necesidad de la reconciliación y la penitencia?
El mundo actual está lleno de divisiones y fracturas, manifestadas entre las personas y los grupos, cuyas causas son múltiples, desde la conculcación de los derechos humanos, discriminaciones de todo tipo, de falta de libertad, etc. La iglesia también sufre estas divisiones en su propio seno. Pero a la vez, en un escrutinio más exhaustivo también se detecta entre los cristianos un deseo y una nostalgia de reconciliación, de deseo de unidad, de borrar esas divisiones.
Toda institución u organización que sirva al hombre debe tener presente estos hechos y tomar las medidas para satisfacer estos deseos de reconciliación. La iglesia tiene que mirar a sus hijos y servir a estos deseos, y cumplir con su misión de reconciliación contribuyendo a la paz y a la unidad.
Así Dolores Oller, en un artículo titulado “Las religiones y la paz como derecho de las personas y de los pueblos afirma:
“La necesidad de profundizar en lo que significa la paz y sobre qué bases hay que edificarla se nos presenta así como uno de los más importante retos del siglo recién estrenado. Porque la cultura de la violencia que ha jalonado desgraciadamente la historia de los seres humanos, deteriorando su humanidad y la posibilidad de construir en común un mundo para todos, en vez de solucionar los conflictos genera, por el contrario, más odio y resentimiento y ayuda a prolongarlos. Hoy, más que nunca, es necesario trabajar por la paz con el objetivo de evitar que el lenguaje de la violencia se consolide en el ámbito de las relaciones entre personas y pueblos.
Y cuando nos referimos a la paz, lo hacemos desde un punto de vista positivo, que va más allá de la mera ausencia de guerra, puesto que implica el cumplimiento de una serie de condiciones como son el respeto a los Derechos Humanos y la existencia de un orden económico justo que posibilite unas condiciones dignas para todos sin exclusión. De ahí que un desarrollo con justicia sea la mejor seguridad, puesto que la injusticia estructural y el resentimiento, precariedad y opresión que genera, se convierten a menudo en caldo de cultivo del que se nutren muchas de las violencias que padecemos” .
Es decir, la iglesia tiene que ofrecer esa reconciliación que busca el hombre actual, una reconciliación que debe unirse a la penitencia. Los Papas han tenido esta misión presente y han luchado contra las divisiones de los hombre y de la sociedad. Así Juan XXIII, presta una importancia a los valores que potencian la reconciliación, Pablo VI en el Año Jubilar de 1975, pone la idea central en la reconciliación.
Si se mira a las Sagradas Escrituras o a los Santos Padres, la reconciliación, va acompañada de esfuerzo, porque por el Bautismo, el hombre infiel al Dios Creador, enfrentado con El por el pecado, se le perdona el pecado original, y cualquier otro pecado, con las penas debidas por ellas. Se les dan las tres divinas personas junto con la gracia santificante, las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo. Imprime en el alma el carácter sacramental que les hace cristianos para siempre e incorpora a la Iglesia.
“Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11).
Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios
Por lo tanto, la reconciliación se hace necesaria por esa nueva ruptura, la del pecado, que debe ser rechazada en sus raíces más profundas, convirtiéndose y cambiando profundamente el corazón, que no es más que una metanoia, una penitencia, un esfuerzo continuo y concreto del hombre, un paso del corazón a las obras y a la vida global del cristiano. El hombre debido a esa fragilidad, vuelve a separarse de Él y ese Dios misericordioso vuelve a limpiar a su criatura mediante la Reconciliación, donde el cristiano vive un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.
El mundo actual está lleno de divisiones y fracturas, manifestadas entre las personas y los grupos, cuyas causas son múltiples, desde la conculcación de los derechos humanos, discriminaciones de todo tipo, de falta de libertad, etc. La iglesia también sufre estas divisiones en su propio seno. Pero a la vez, en un escrutinio más exhaustivo también se detecta entre los cristianos un deseo y una nostalgia de reconciliación, de deseo de unidad, de borrar esas divisiones.
Toda institución u organización que sirva al hombre debe tener presente estos hechos y tomar las medidas para satisfacer estos deseos de reconciliación. La iglesia tiene que mirar a sus hijos y servir a estos deseos, y cumplir con su misión de reconciliación contribuyendo a la paz y a la unidad.
Así Dolores Oller, en un artículo titulado “Las religiones y la paz como derecho de las personas y de los pueblos afirma:
“La necesidad de profundizar en lo que significa la paz y sobre qué bases hay que edificarla se nos presenta así como uno de los más importante retos del siglo recién estrenado. Porque la cultura de la violencia que ha jalonado desgraciadamente la historia de los seres humanos, deteriorando su humanidad y la posibilidad de construir en común un mundo para todos, en vez de solucionar los conflictos genera, por el contrario, más odio y resentimiento y ayuda a prolongarlos. Hoy, más que nunca, es necesario trabajar por la paz con el objetivo de evitar que el lenguaje de la violencia se consolide en el ámbito de las relaciones entre personas y pueblos.
Y cuando nos referimos a la paz, lo hacemos desde un punto de vista positivo, que va más allá de la mera ausencia de guerra, puesto que implica el cumplimiento de una serie de condiciones como son el respeto a los Derechos Humanos y la existencia de un orden económico justo que posibilite unas condiciones dignas para todos sin exclusión. De ahí que un desarrollo con justicia sea la mejor seguridad, puesto que la injusticia estructural y el resentimiento, precariedad y opresión que genera, se convierten a menudo en caldo de cultivo del que se nutren muchas de las violencias que padecemos” .
Es decir, la iglesia tiene que ofrecer esa reconciliación que busca el hombre actual, una reconciliación que debe unirse a la penitencia. Los Papas han tenido esta misión presente y han luchado contra las divisiones de los hombre y de la sociedad. Así Juan XXIII, presta una importancia a los valores que potencian la reconciliación, Pablo VI en el Año Jubilar de 1975, pone la idea central en la reconciliación.
Si se mira a las Sagradas Escrituras o a los Santos Padres, la reconciliación, va acompañada de esfuerzo, porque por el Bautismo, el hombre infiel al Dios Creador, enfrentado con El por el pecado, se le perdona el pecado original, y cualquier otro pecado, con las penas debidas por ellas. Se les dan las tres divinas personas junto con la gracia santificante, las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo. Imprime en el alma el carácter sacramental que les hace cristianos para siempre e incorpora a la Iglesia.
“Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11).
Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios
Por lo tanto, la reconciliación se hace necesaria por esa nueva ruptura, la del pecado, que debe ser rechazada en sus raíces más profundas, convirtiéndose y cambiando profundamente el corazón, que no es más que una metanoia, una penitencia, un esfuerzo continuo y concreto del hombre, un paso del corazón a las obras y a la vida global del cristiano. El hombre debido a esa fragilidad, vuelve a separarse de Él y ese Dios misericordioso vuelve a limpiar a su criatura mediante la Reconciliación, donde el cristiano vive un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.
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