La espiritualidad en la Biblia
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La espiritualidad en la Biblia
El término espiritualidad proviene del latín spiritu, pneuma en griego, ruaj en hebreo, arman en sáncrito, espíritu, la cual se refiera a soplo, aliento, aire, derivado de la palabra soplar o respirar perteneciente a la familia etimológicamente hablando de la palabra espirar.
La palabra espíritu aparece en la Biblia en Gn, 7: “Entoces Yahveh Dios formó con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente”. Soplo, ruaj, identificado como aire, viento, fuerza aplicada a la persona, fuerza que da vida.
En sentido religioso es fuerza creadora a la vez que salvadora, porque ese espíritu acompaña a su pueblo y lo alienta, lo conserva, lo salva, es un espíritu poderoso que cambia las cosas de este mundo, que transforma al hombre entero[1].
Este ruaj, este espíritu, presenta ya un significado espiritual, un carácter divino; es en principio algo misterioso, espiritual y material al mismo tiempo, cósmico y divino; en ese sentido, puede presentarse como expresión de la unidad más honda que vincula a Dios y al mundo. Viento y aliento aparecen por un lado como obra de un Dios trascendente y por otro como su presencia concreta en el mundo. San Pablo en la Carta a los Romanos en el capítulo 8 afirma categóricamente que la vida del cristiano es el Espíritu, que por Él los hace hijos de Dios, destinados a la gloria por su plan de salvación.
¿Cómo conoce el hombre a ese Dios que los hace hijos y los destina a la gloria? Porque Dios se ha dado a conocer libremente, se ha revelado a los hombres. González de Cardedal escribe[2]:
La revelación es, por consiguiente la manifestación y el don que el Eterno hace de sí mismo a los hombres para hacerles partícipes de su propia vida, mediante la solidaridad de destino con nuestra vida y nuestra muerte, siendo hombre en Jesús y dándose a la historia y a la conciencia humana para que cada hombre le pueda descubrir y responder, mediante el Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús, que es Dios mismo interiorizado a nuestro propio espíritu, pasando de la historia particular a la inmanencia universal, desbordando el allí y el entonces de Jesús, para que cada hombre pueda verse en él desde si mismo y desde el tiempo y lugar en que es y existe.
Hablar de Dios en el hombre es hablar del Espíritu Santo, porque es Él quien alienta toda la existencia del hombre, No se puede hablar de una genuina espiritualidad cristiana sin hablar previamente del Espíritu Santo. Una de las verdades creídas por los cristianos es la inhabitación trinitaria, es decir, la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios. En las Sagradas Escrituras el testimonio es constante (Jn 14,23), (1Jn 4,16), (1 Co 3, 16-17), (Rom 8, 9-11) …, así como en el Magisterio (Símbolo de Epifanio, Concilio de Trento, León XIII, Pío XII)…, y en la Tradición (Santos Padres, Tradición litúrgica). Esta inhabitación es un hecho ontológico y psicológico.
De ahí que, siendo el Espíritu una realidad dinámica, renovadora, es progresiva, es el dinamismo trascendente del amor divino que se comunica al hombre, es el nucleo permanente y transcultural de la espiritualidad biblica[3].
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