Concentración Cristológica de la expiación en el Nuevo testamento

 

Marta Medina Balguerías, Concentración Cristológica de la expiación en el Nuevo testamento, Proyección LXVIII (2021) 265-285.


Conclusiones

En el Nuevo Testamento hay bastante continuidad con la idea veterotestamentaria de expiación: la iniciativa parte de Dios Padre, hace falta la intercesión de un mediador y el creyente debe incorporarse libremente a esa salvación (por el arrepentimiento, la conversión y la fe). En palabras de Olegario González de Cardedal: “Sólo Dios puede perdonar el pecado en cuanto ofensa personal, reconciliar al hombre en cuanto ruptura de una amistad o alianza, destruir el poder del pecado y reconstruir el orden del ser deshecho por la culpa"1.

La diferencia mayor respecto al A.T. es la concentración cristológica de la expiación: Cristo es el mediador que la hace posible y a quien el creyente debe incorporarse para recibirla plenamente. Esta mediación es entendida en clave de sacerdocio nuevo y definitivo (Hebreos), de abogado que intercede por nosotros (1Jn) o, en la línea de los justos del A.T. y, sobre todo, del siervo sufriente de Is 53, en cuanto a que se entrega a sí mismo, cargando con las consecuencias del pecado de los seres humanos para liberarlos definitivamente de él (Pablo). Así, en la persona de Jesucristo, se unifican la figura del sacerdote del AT, de la víctima ofrecida para el sacrificio y del justo que carga con el sufrimiento ajeno para interceder por los pecadores.

La emergencia del monoteísmo trinitario hace posible que se mantenga la iniciativa total de Dios Padre en el proceso de expiación de la humanidad, a la vez que se subraya con fuerza que es Cristo quien la realiza. Esta comunión de voluntades ya estaba apuntada en el siervo sufriente del Deuteroisaías, pero solo en el N.T. llega a una identificación total (si bien aún implícita en cuanto a la cuestión ontológica se refiere).

La mediación de Cristo es perfecta, no solo por la perfecta comunión con Dios Padre y su obediencia a él (como acabamos de apuntar), sino también por su solidaridad total con los seres humanos, posible por estar colmado de un amor perfecto (que, según Hebreos, es fruto del Espíritu Santo).

Esta expiación, como destrucción del mal, es definitiva y se ofrece a todas las naciones, pero para que se haga efectiva en la vida de los seres humanos necesita ser acogida por ellos. De ahí la llamada del N.T. a la incorporación a Cristo y la conversión que ese proceso conlleva89.

Es importante subrayar que la terminología de la expiación no es siempre tan explícita en el N.T., pero en muchos textos en los que no se nombra como tal subyace el mismo esquema: expiación como destrucción del mal que aqueja al ser humano (sobre todo el pecado), en la que Dios interviene a través de un mediador y que tiene que ser acogida por el creyente.

No obstante, sucede algo parecido a lo que veíamos en el AT: quedan claros los “actores” que intervienen en la expiación, pero no tanto cómo se efectúa la expiación misma. No hay duda de que es en la muerte de Cristo, al asumir el pecado del mundo, pero no encontramos una reflexión metafísica sobre lo que ahí sucede. Por eso en la tradición se ha interpretado de múltiples formas. Parece ser una realidad clave a la que se apunta, pero que no se desentraña del todo.

González de Cardedal, o.c., 119. 89 Cf. Moraldi, o.c., 2043s.

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Las siguientes palabras de Alberto de Mingo resumen muy bien la mayoría de las mencionadas conclusiones:

Dios es amor y no le agrada más que el amor. Lo que Cristo entregó por su vida y su muerte fue amor, y el amor fue lo que expió el pecado, eliminando toda traba a una comunión. La presencia del mal en el mundo hace que el amor duela. La entrega de Cristo implicó sufrimiento. La cruz resulta inevitable también para sus seguidores. Pero lo que está en el corazón del sacrificio es la entrega. El dolor es una condición inevitable y misteriosa, un precio que se ha de pagar, no a Dios, sino a la estructura misma de la realidad. Un precio que quien ama está dispuesto a entregar, hasta con liberalidad2.

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2A. de Mingo Kaminouchi, Símbolos de salvación: Redención, victoria, sacrificio, Sígueme, Salamanca 2007, 140.

Proyección LXVIII (2021) 265-285

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