Género, feminismo, Woke; y transhumanismo en la culminación de la lógica democrática.
Alvira Domínguez, R. (2022). Género, feminismo, Woke; y transhumanismo en la culminación de la lógica democrática. CyA, (II), 65–81. https://doi.org/10.21555/cya.i2.1.2469
Conocimiento y Acción. Año 1. Núm. IIeGénero, Feminismo, “Woke”, Transhumanismo
En el Occidente de los últimos siglos, las ideas antropocéntricas, de absoluta libertad y de sentimiento de dominio sobre la Naturaleza, se ven favorecidas por el gran desarrollo de la técnica, la industria, y el comercio. Aparecen así poco a poco los problemas de la dislocación geográfica de la población, de la creciente movilidad de las personas y del trabajo de las mujeres fuera de casa.
En las clases modestas el nuevo tipo de trabajo perturba la vida familiar; en las clases acomodadas, los múltiples viajes del esposo le alejan de casa y, con cierta frecuencia, también de su esposa
A la hora de examinar el feminismo, no es posible perder la perspectiva histórica. Durante milenios, la inmensa mayoría de la población vivía y trabajaba toda la vida en su casa, con su familia y en su pueblo, en el que nacía y moría. Era una sociedad, por decirlo así, estable por necesidad, aunque pudiera faltar la solidez de la virtud. La esfera pública estaba constituida por una parte muy pequeña de la población, en manos sobre todo de hombres, dado que las mujeres eran más necesarias para la familia, por lo que se unía la naturaleza con la simbolización: la mujer es “fundamento” y por eso aparece menos.
A ella se debía de manera preminente la transmisión de la vida, de la sociedad y de la cultura. Pero, en los últimos siglos, y por las razones mencionadas, eso cambia.Con los nuevos supuestos, ¿qué sentido tiene mantener un “varón moderno” y una “mujer antigua”? Carece de justificación, y por ello los movimientos feministas eran bien esperables y justificables.
Con todo, lo que esos movimientos no arreglaron -y siguen sin arreglar- del todo, es el choque con la Naturaleza y, por tanto, con la religión. El varón no da a luz ni tiene la sintonía de trato necesaria para cuidar bien un bebé, ni sabe organizar bien un hogar, y un largo etcétera. Con todo, el dominio de la nueva filosofía se ve en que incluso los adherentes a la tradición religiosa buscan cómo compatibilizar trabajo -primero- y familia -segundo-, y no al revés.
Para aquellos, sin embargo, que no están en esa tradición, no hay problema, pues la libertad e igualdad radicales modernas les garantizan cualquier decisión. Si consideras que Dios te ha dado una naturaleza física y espiritual, y que su providencia te ha integrado en una historia, debes intentar mejorar, pero siempre según las indicaciones de esos dones.
Por el contario, en una filosofía de la absoluta libertad, todo lo dado, el pasado recibido, es un puro material disponible para mi libertad y mi ingeniería científica. La clave es, por tanto, el futuro, y de ahí la primacía de la idea de progreso.
Por tanto, género, feminismo, “woke” y transhumanismo -que nos promete superar incluso la muerte-, responden de forma lógica a las coordenadas de la modernidad democrática. Es la capacidad tecnológica humana la que por fin va a permitir a cada uno configurar su vida como le dé la gana.
Aquí la clave no es ya el servicio mutuo, el mutuo enriquecimiento en lo común, sino la fuerza desencadenada de mi “libre voluntad”
El éxito de la nueva situación -en las ideas y en la civilización- ha sido tan fuerte que ha impresionado incluso a no pocas personas e instituciones religiosas, sobre todo en el catolicismo, pues en el protestantismo la posición siempre fue más moderna.
Pero también en el Islam, que ha reaccionado en sentido contrario al catolicismo cultural de hoy, optando por lo que se denomina ahora “fundamentalismo”.
En la Iglesia católica, el intento de “democratización” -desde el Vaticano II- la ha llevado a su peor crisis desde el momento luterano. Y, en consecuencia, la fuerza política de los partidos “democratacristianos” se ha ido extinguiendo, tanto por una mala gestión de las relaciones entre política y religión, como por el descenso del número de católicos practicantes.
Los antiguos votantes de esos partidos se reparten hoy entre los que eligen un centroderecha o centroizquierda modernos y un resto tachado, y no sin razón, de fundamentalistas, pues aún creen en lo permanente.La última batalla dentro de las coordenadas actuales, la dan los centristas moderados que siguen aceptando los principios tradicionales. Su estrategia retórica consiste en intentar ganarle a la democracia moderna en su propio terreno, al subrayar que ella -a pesar de presumir de racional- no respeta lo que la ciencia dictamina -lo que sucede cada vez más- y que hace juegos de mano con sus afirmados derechos humanos, incapaz de fijarlos bien, pues ¿cómo fijarlos sin tener criterio para ello, y todo criterio ha de estar dado?Si los moderados o centristas quisieran salir de la ceremonia de la confusión en la que estamos, tendrían que mostrar con claridad su diferencia con respecto a las ideas de libertad e igualdad hoy vigentes.
O sea, aceptar que en los términos actuales -y, en el fondo, en cualquier término- es más bien dudoso que puedan ser tenidos por demócratas.Tendrían entonces que apoyar un sistema que fomentase y garantizase, en la medida de lo posible, la vigencia de las tres grandes instituciones antes citadas y ahora menospreciadas: familia, magisterio e iglesia.
Hoy existe un ataque cerrado contra la familia y la iglesia, al tiempo que las leyes internacionales de educación convierten al clásico maestro en “empleado de centros de enseñanza de competencias, como ayudante de sus alumnos”.Asistimos al espectáculo de una democracia moderna que, en su delirio de una libertad absoluta, nunca pudo soñar en llegar a las cotas que el desarrollo tecnológico le ha hecho posible.
Congelar un feto en espera de volverlo a implantar cuando la madre ya se ha jubilado de su empleo, tener espermas en oferta, para que la criatura sea sólo de la madre, parecer mujer siendo hombre, o viceversa, o hermafrodita, y todo eso a la carta, muy amplia, por cierto. El transhumanismo insinúa incluso la posibilidad de elegir entre la vida y la muerte. Pero la radicalidad de lo dado, de la naturaleza físico-espiritual humana, es tan fuerte que no es posible escapar de ella. Estamos hechos para relacionarnos, para comunicarnos a través de los dos medios aptos para ello, ya que son los únicos en los que se da lo común: el espíritu de la verdad y el amor verdadero. Nuestra cultura relativista desprecia la verdad, pero si ella no existiera en nuestra alma, no podríamos afirmar algo como probable y optar por una opinión en vez de otra.
A su vez, que hay amor verdadero se muestra en dar la vida por el ser querido.El defecto de las relaciones modernas se palpa por doquier. En la inestabilidad y superficialidad de la vida política, de las relaciones de “amistad”, etc. Hasta en detalles pequeños: quien ama de verdad, a personas y a saberes, no necesita significarse, es decir, provocar que se fijen en él. Pero hoy se extienden por doquier tatuajes, moda “queer”, malvestir. Todo ello son secuelas de un alma triste, solitaria, vacía, sin riqueza interior, todo lo cual se intenta compensar con rarezas y buscando contribuir a la generalización social de un perfilpersonal pobre y bajo.
El anticristiano Nietzsche, muy usado para la liquidación de la ética y nada en política, lo supo decir con claridad: “si yo soy un canalla, tu también deberías serlo: con esa lógica se ha hecho la Revolución”. Es lo que hay.
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