Pobres de espíritu según San Francisco
El silencio debía llevar a los hermanos (a todos, no sólo a los que habitaban en el eremitorio) a buscar sobre todo el reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33). Es decir -ayer como hoy-, el silencio y la contemplación no son fines en sí mismos: el encuentro con Dios se revela auténtico cuando conduce al encuentro con los hermanos. De tal forma Francisco subraya que existe un silencio falso y un silencio auténtico, y es la caritas -que conduce a la verdadera humilitas y por eso hace al «menor» verdaderamente tal- la que obra un sano discernimiento entre los dos. De hecho, «hay muchos -dice la Admonición 14- que permanecen constantes en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por una sola palabra que parece ser injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite se escandalizan y enseguida se alteran. Estos tales no son pobres de espíritu» (Adm 14,2-4).
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