Lluís Pasqual y la soledad del Cristo de Velázquez



Lluís Pasqual y la soledad del Cristo de Velázquez

La idea era invitar a 10 personajes de distinto y distinguido pedigrí, colarlos en el Prado y dejarlos solos con su obra favorita —de noche y con el museo desierto— y que luego contaran la experiencia. La intención final: contrastar esa forma inhabitual de contemplar el arte, solitaria y serena, con el ruido y la furia del tumulto contemporáneo en los museos. Unos lloraron, otras se extasiaron, todos disfrutaron. En un tiempo de prisa y multitud, este es el resultado de una de aquellas noches tranquilas con Lluís Pasqual.


Lluís Pasqual y el Cristo crucificado | Especial Museo del Prado | El País Semanal

LLUÍS PASQUAL

02 JUN 2019 - 00:15 CEST


Cristo crucificado

VELÁZQUEZ, DIEGO RODRÍGUEZ DE SILVA Y

Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

ESTÁ SOLO. Inmensamente triste. En el segundo antes o después del traspaso ¿definitivo? al otro lado de las cosas. Tal vez en el tiempo infinito que hay entre esos dos segundos… Su color no es el de un ser vivo, pero tampoco es el de un cuerpo muerto. Sus carnes, a pesar del maltrato y del suplicio sufrido, son bellas, bellas como corresponde a un dios, bellas como corresponde a un hombre, creado por Él a su imagen y semejanza… No hay abundancia de sangre, las justas gotas resbalan sobre el cuerpo en pinceladas que parecen dadas al final, tan verticales que da la impresión de que a veces quien sangra es el propio lienzo… No sabemos si la fe está detrás del pintor. No pinta una escena donde el crucificado sufre y culpabiliza al que lo está mirando. No pinta la muerte de Jesús, sino una imagen, la imagen de Jesucristo, más cerca de la paz que invaden los mármoles de Miguel Ángel que de los principios de la Contrarreforma en España. No nos dice lo que él piensa o cree. Nunca lo sabremos. Parece pintar sencillamente el “icono” que le habían pedido. Una “imagen”, en un no-lugar, contra un fondo negro. Pero lo extraordinario es que uno, ante el cuadro, se olvida de que está delante del icono mil veces conocido y visto, delante de una imagen con un fondo negro: lo que hay ahí es un hombre clavado a una cruz a quien alguien ha cubierto púdicamente una parte del cuerpo con un paño de un blanco inmaculado, irreal…, y bastan dos minúsculas gotas rojas, casi imperceptibles, que el pintor ha dejado caer sobre el paño, para viajar de la eternidad más abstracta a la crudeza más concreta y real y recomenzar el viaje…


“Bajo la apariencia de un realismo absoluto que no quiere serlo, se convierte en pura poesía”

— Bajo la apariencia de un realismo absoluto que no quiere serlo se convierte en pura poesía. Todo desprende un aire de nobleza, de elegancia, la madera de la cruz, las frases escritas en las tres lenguas, y el cuerpo del hombre, de tamaño natural, de una proporción perfecta. Imagino que en el convento de la Encarnación estaría colgado a la altura exacta para que los cuellos se doblaran hacia atrás al contemplar al Señor… Cuánta inteligencia, inspiración, oficio… ¿Cómo puede alguien llegar a pintar a un dios y a un hombre a la vez? ¿Con una carnadura eterna pero que ya no está…? ¿Con una luz que no es obra del sol ni de la sombra, una luz que no tiene pasado ni futuro, se ha parado el tiempo? Y el gesto tal vez más potente… El cabello que tapa media cara…




— El rostro del hombre está ahí, pero el rostro completo de Dios debe permanecer para la humanidad en el Misterio. El pretendido realismo y hasta la poesía se rompen y la divinidad es simplemente un aura detrás de la cabeza de Jesucristo, como en Fra Angelico… Todo esto lo puedo escribir ahora y admirar así la profunda inteligencia de Velázquez, pero lo que me ocurrió una vez más, en el tiempo en el que gocé del privilegio de estar solo ante el cuadro, es que uno se olvida de que está delante de un cuadro y te invade una profunda sensación de belleza… y a uno le parece escuchar pensamientos del pintor: Dios es belleza y el hombre, su criatura, debe serlo también. En lo que expresa la media cara no parece estar muerto solo por el sufrimiento del suplicio, sino por una pena más honda, y que nosotros contemplamos sin sentirnos culpables, en paz y agradecidos. Agradecidos por esa belleza. Una imagen de Dios en la perfección de su criatura y un retrato de un hombre solo, absolutamente solo, con toda su muerte a cuestas, como dice la saeta… Mientras lo miraba se me cruzaban momentos de la Pasión según san Juan, de Imagine…, de Morente. Eso ya… ¡cada uno!.

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