Lugar relevante de la mujer en las primeras comunidades cristianas DIEGO ALEXANDER OLIVERA
Hablemos de Historia
DIEGO ALEXANDER OLIVERA
Lugar relevante de la mujer en las primeras comunidades cristianas
Ya había antecedentes tanto en el paganismo griego como en el judaísmo.
En el pasado artículo vimos el caso de Prisca y Aquila, que ejercieron sus labores eclesiásticas en igualdad en la Iglesia primitiva. A medida que las comunidades crecían se organizó una forma de dirección basada en prebysteroi o episcopoi (vigilantes) y diáconos elegidos por los miembros de la comunidad. Los primeros atendían aspectos litúrgicos y espirituales, en tanto los segundos lo referente a la administración.
En algún momento, a caballo entre los siglos I y II, se fue configurando el llamado episcopado monárquico en donde un Obispo ejercía una autoridad espiritual y litúrgica suprema sobre la comunidad. Presbíteros y diáconos pasaron así a ocupar un nuevo rol como auxiliares del Obispo. Para la elección de este último no solo era relevante su prestigio moral y espiritual sino también su status económicos y su ascendencia social.
Esto era resultado de la necesidad cada vez mayor de atender a los aspectos externos de la comunidad, es decir, de negociar con los poderes fácticos del Estado romano.
Del lugar relevante que ocuparon las mujeres en las primeras comunidades cristianas había antecedentes tanto en el paganismo griego como en el judaísmo.
Entre los griegos las mujeres eran consideradas como sensibles a lo divino y por eso los oráculos eran casi siempre trasmitidos por una doncella (la pitonisa en Delfos es el caso más célebre) inspiradas por la divinidad de turno.
En la tradición judía existieron mujeres con dones proféticos alguna de las cuales encontramos en el Nuevo Testamento como Ana la viuda de ochenta y cuatro años que daba testimonio de Jesús en el Templo o las hijas de Felipe atestiguadas en el libro de Hechos (Lc.2:36-38, Hch. 21:9).
Por tanto, a las mujeres se les atribuían capacidades proféticas y de videncia que las dotaban de prestigio entre los miembros de la comunidad.
Ocuparon un rol trascendente en la trasmisión del evangelio. Ellas y los esclavos fueron los principales canales por donde el cristianismo penetró entre las clases acomodadas del imperio. Timoteo, por ejemplo, fue educado en la fe cristiana por su abuela Loida y su madre Eunice (2 Tim. 1:5). Hay razones para creer que lo mismo aplica para Rufo, educado por su madre (Rom. 16: 13).
Se suele considerar que el cristianismo era atractivo a las mujeres grecorromanas por dos razones, porque la práctica de la castidad les daba una alternativa frente al mandato social de casarse y procrear, un mandato que en el derecho romano no les daba lugar a decisión, y porque, en caso de enviudar, la Iglesia les daba cobijo y protección social, lo que en lo que a las mujeres pobres refiere era casi su única opción.
Por eso mismo la conversión de mujeres a la fe cristiana supuso problemas para la sociedad grecorromana. Las mujeres casadas se negaban a tener relaciones sexuales con sus esposos paganos una vez convertidas lo que llevaba a que los cristianos sean denunciados de pervertir a las mujeres, mientras que las viudas ricas legaban sus fortunas a la Iglesia y no a sus familiares por lo que el cristianismo se ganó también la fama de estafar viudas.
No menor resultó la oposición de los primeros cristianos al aborto, el infanticidio y la exposición de niños. Dicha oposición no se desprende del Nuevo Testamento por lo que hay que recurrir a otros testimonios históricos que dan fe de la misma. En la sociedad romana los métodos anticonceptivos y las prácticas abortivas se yuxtaponían. Mientras que el infanticidio era poco común, se daba en ocasiones si se trataba de un niño considerado físicamente minusválido, siendo más notoria la exposición.
Esto es, la costumbre de un padre de no reconocer socialmente a su hijo y exponerlo, en un simple acto en que se negaba a recogerlo del suelo. Una vez expuesto el niño era presa de los tratantes de esclavos.
Los cristianos rechazaban el aborto o el infanticidio por los preceptos del Antiguo Testamento que asociaban esas prácticas al idólatra culto a Baal. En cuanto a la exposición existía el temor de, en primer lugar, que el niño no fuera recogido y se muriera en la intemperie, convirtiendo a sus padres en asesinos y, segundo, si era niña, fuera prostituida con el riesgo de que una vez adulta fuera a cometer incesto con algún familiar que contratara sus servicios.
Existe sólo un testimonio de un cristiano exponiendo a un hijo, trasmitido por Cipriano de Cártago, pero es tardío (Siglo III. d.C) y en un contexto de persecuciones muy intensas de la fe. La norma era que los cristianos no consintieran esas prácticas y las mujeres romanas lo vieran como algo positivo que tenían para ofrecer.
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