Por obra del Espíritu Santo nace la Iglesia

José María Iraburu

 

Por obra del Espíritu Santo nace la Iglesia. Claramente lo sabemos, gracias al relato de San Lucas en los Hechos de los Apóstoles: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, se produjo de repente un ruido del cielo, como el de un viento impetuoso… y quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hch 2). Ahora es cuando se cumple plenamente la obra de Cristo, Salvador del mundo. La Encarnación del Hijo divino, el Evangelio, la muerte en la Cruz, la Resurrección, la Ascensión, hacen posible Pentecostés, cuando por obra del Espíritu Santo, nace la Iglesia, el Cuerpo mismo de Cristo.


El Espíritu Santo es el alma que vivifica, unifica y mueve a la Iglesia. Y hace su obra por íntimos movimientos de su gracia y también por la mediación de gracias externas.

1. Por el impulso suave y eficaz de su gracia interior el Espíritu Santo mueve el Cuerpo de Cristo y cada uno de sus miembros. Él produce día a día la fidelidad y fecundidad de los matrimonios. Él causa por su gracia la castidad de las vírgenes, la fortaleza de los mártires, la sabiduría de los doctores, la solicitud caritativa de los pastores, la fidelidad perseverante de los religiosos. Y Él es quien, en fin, produce la santidad de los santos, a quienes concede muchas veces hacer obras grandes, extraordinarias, como las de Cristo, y «aún mayores» (Jn 14,12).

2. Pero también es el Espíritu quien, por gracias externas, que a su vez implican y estimulan gracias internas, mueve a la Iglesia por los profetas y pastores que la conducen. En la Iglesia hay una gran diversidad de dones y carismas, de funciones y ministerios, pero «todas estas cosas las hace el único y mismo Espíritu» (1Cor 12,11). Aquel Espíritu, que antiguamente «habló por los profetas», es el que ilumina hoy en la Iglesia a los «apóstoles y profetas» (Ef 2,20). «Imponiéndoles Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban lenguas y profetizaban» (Hch 19,6-7; cf. 11,27-28; 13,1; 15,32; 21,4.9.11).


Es el Espíritu Santo quien elige, consagra y envía tanto a los profetas como a los pastores de la Iglesia, es decir, a aquellos que han de enseñar y conducir al pueblo cristiano (cf. Bernabé y Saulo, Hch 11,24;13,1-4; Timoteo, 1Tim 1,18; 4,14). Igualmente, los misioneros van «enviados por el Espíritu Santo» a un sitio o a otro (Hch 13,4; etc.), o al contrario, por el Espíritu Santo son disuadidos de ciertas misiones (16,6). Es Él quien «ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios» (20,28). Y Él es también quien, por medio de los Concilios, orienta y rige a la Iglesia desde sus comienzos, como se vio en Jerusalén al principio: «el Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido» (15,28)…   



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